Los propósitos de año nuevo se quedaron en el vestuario. Nada ha cambiado en este Real Madrid que no necesita un portero, pero sí unos pulmones nuevos, incluso, puede que hasta un entrenador. Zidane volvió a guardarse los cambios cuando el partido requería oxígeno, algo que escasea en una plantilla que dista mucho de la que ganó todo hace unos meses. A un Celta bajo mínimos le bastó con el pundonor de Aspas y la calidad de Wass para atemorizar a una defensa que se dejó la solidez en algún recodo del camino.
El equipo que parecía no tener techo en agosto, ahora no sabe cuán honda será la caída en la que lleva inmerso desde septiembre. La goleada del Barcelona en el Bernabéu no ha ayudado a examinar conciencias. Las vacaciones terminaron ocultando los males de un Madrid que se reprodujeron en Balaídos. Las costuras se deshacen con la misma facilidad con la que Zidane desaprovecha a sus fichajes del verano.
Presión alta de inicio, buenas sensaciones y un par de ocasiones para espantar fantasmas. Típicos primeros minutos de este Madrid al que la voluntad le durá lo mismo que las piernas. No puede con su alma el equipo. Los cinco títulos también pesan, como la exigencia y el drama de verse a 16 puntos de un Barcelona que gana hasta sin querer y golpea también con sus movimientos en el mercado.
Marcelo, ese quitanieves en ataque que limpia las autopistas de su espalda, le puso un carril a Wass para que llegara a la frontal y se diera el gusto de colarle una vaselina antológica a Keylor. Dolió el golpe, pero Bale tenía muchas cuentas pendientes por solventar. Firmó un doblete en tres minutos y reactivó al Madrid en Balaídos. No cataba esa sensación desde noviembre de 2016. Prueba de ese 2017 para olvidar que sufrió...
Los cambios, ¡ay! los cambios...
La segunda parte recordó a la del Barça desde el inicio. Pero el Celta no estaba tan fresco como el equipo de Valverde en el Bernabéu. El Madrid intentó tener el balón para coger aire, pero había jugadores que no estaban para mucho más. Zidane contemplaba desde la banda cómo Kroos no se preocupaba en bajar. Casemiro no daba para multiplicarse y Modric e Isco se topaban contra su propio cansancio.
Media hora después llegaron los cambios. Un penalti parado por Keylor más tarde (tras adelantarse un metro para adivinarle la intención a Aspas, que llevaba cinco años y 17 lanzamientos sin fallar uno), el técnico francés reaccionó. Añadió músculo y velocidad, pero la dinámica era tan peligrosa que acabó llegando el empate. El Celta estaba manejando todo mejor, hasta el cansancio.
Y otra vez Wass, y otra vez por la banda de Marcelo. Centro templado y testarazo de Maxi Gómez para empatar el partido. El uruguayo, ese empujador nato que ha rechazado los millones de China para triunfar en el Celta. Romanticismo y hambre que le dan un plus a este aguerrido equipo vigués al que intenta darle forma Unzué.
El derechazo fue directo al mentón de un Real Madrid al que no le quedaba aire para remontar. Cristiano fue una sombra y Lucas, de lo más activo desde hace mes y medio, tuvo el 2-3 en un derechazo a bocajarro que despejó Rubén. El Celta vio bueno el empate y el Madrid se ahogó entre bocanadas. La Liga se le está haciendo larga en enero, ve al Barça a 16 puntos y empieza a coquetear con quedarse fuera de la Champions.
Encima, avista a un PSG que es más un circo que un equipo y que, a día de hoy, puede montarle un quilombo muy serio en el duelo de octavos. Si buscan cómo desmontar un equipo campeón en cuatro meses, encontraran el ejemplo de este Madrid de un Zidane que está más señalado que nunca y que tendrá que agarrarse a la Champions y a la Copa para salvar el que amenaza con ser uno de los peores años de la historia de todo un Real Madrid.