Que el contexto de una realidad sea de una determinada forma en lugar de otra depende de multitud de factores sociales, económicos y de diversa índole. Y si el fútbol profesional funciona tal cual lo conocemos es, en gran parte, gracias al 'caso Bosman'.
Con el mercado de enero ya funcionando, muchos serán los jugadores que saquen nutridos contratos plagados de ceros gracias, por una parte, a su valor de mercado y, por otra, al hecho de poder circular libremente por la Unión Europea como cualquier otro trabajador comunitario.
Cada vez que firmen un suculento contrato pueden acordarse de Jean-Marc Bosman, el hombre que con su lucha personal volteó las relaciones de poder en los despachos de los clubes. De su historia todo el mundo ha oído hablar, pero en plena efervescencia de fichajes merece la pena detenerse para conocerla en profundidad.
Tras una primera etapa en el pujante Standard de Lieja, este futbolista belga nacido en 1964 fue perdiendo fuelle hasta ser traspasado al RFC Lieja; segundo equipo de la ciudad. Tras dos temporadas en el club, Bosman rechazó una extensión de su contrato por un año más.
Y ahí prendió la mecha. En el verano de 1990, el Lieja atravesaba una difícil situación económica, acuciado por las deudas y sin demasiada liquidez, por lo que la cantidad que ofrecía no terminaba de convencer al futbolista, quien directamente comenzó a negociar con el USL Dunkerque, entidad perteneciente a la limítrofe y costera ciudad de Dunkerque, a diez kilómetros de la frontera belga.
El desencuentro
Ambos clubes llegan a un principio de acuerdo. Cesión con opción de compra. Todo estaba listo para que Bosman iniciara una nueva etapa en la Segunda División de Francia. Pero entonces, el Lieja exigió 12 millones de francos al Dunkerque (unos 252.000 euros, pero de principios de los 90), cuatro veces más que lo que había pagado en su día por él.
El Dunkerque se negó a aceptar tal cantidad por el jugador, y este no solo se quedó sin firmar con los franceses, sino que además fue apartado de la disciplina del Lieja. Bosman conoció entonces a Jean-Louis Dupont, un abogado especialista en derecho comunitario.
Uno y otro fueron directos a la justicia europea para interponer una demanda múltiple contra el RFC Lieja, la Federación Belga y la propia UEFA. Una empresa nada fácil que, sin embargo, esperaban que no se demorara más de una semana en los tribunales
Nada más lejos de la realidad. El pleito fue postergándose durante años en los que Bosman se mantuvo inactivo y sin posibilidad de recalar con ningún club por el 'castigo' al que le había sometido el Lieja y la mala prensa que se había ganado. Los equipos se lo pensaban dos veces antes de ir a por un futbolista que se había declarado en rebeldía contra el 'establisment'.
Bosman y Dupont exigían una extensión al fútbol de la normativa europea sobre libre circulación de trabajadores por el espacio común. También que se aplicara la ley al deporte, de tal modo que un deportista profesional no tuviera una cláusula restrictiva una vez había finalizado su contrato.
En 1995 acabó el culebrón ante la atenta mirada de toda Europa. El dictamen del Tribunal de Justicia de la Unión Europea podía dejarlo todo como está o, por el contrario, voltear para siempre las relaciones de poder en las ventanas de fichajes.
Una victoria para el fútbol
Bosman ganó y, de la noche a la mañana, todos los jugadores nacidos en la Unión Europea pasaron a ser comunitarios dentro de este espacio supranacional. Es decir, no ocupaban plaza de extranjeros en sus respectivos equipos. Como consecuencia de ello, los clubes del Viejo Continente tenían mucho más margen de maniobra para fichar a futbolistas de otros países de la UE sin el miedo de exceder del límite.
Se trataba de una medida que, por poner dos ejemplos reseñables, convertía a Figo, entonces en el Barça, y Laudrup, madridista, en 'no extranjeros'; como se encargó de reseñar 'Marca' en su portada del 6 de diciembre de 1995. "Esta jornada podrán jugar 'como españoles", destacaba el diario deportivo.
Todo el mundo pensaba que sería el caos. Evidentemente los grandes fueron más grandes, pues pudieron ampliar sus carteras con más futbolistas al no haber miles de jugadores más que no iban a ocupar plaza de extracomunitarios. Pero las canteras no se resintieron. Todo lo contario.
Muchos clubes pequeños las reforzaron, sacando talento joven que luego vendían caro. Los grandes también miraron al fútbol base cuando sus economías se resentían. Y las televisiones penetraron el mercado de una manera nunca vista hasta la fecha.
Los jugadores, por ende, pudieron negociar al alza dado que la demanda se multiplicaba, y encima con la libertad de saber que no eran esclavos de contratos que ya habían expirado. Y así los equipos empezaron a pagar más y los jugadores a exigir ante la amenaza de poder recalar en cualquier otro club de Europa.
Todos salieron ganando, excepto el hombre que cambió el fútbol. Sus años en el ostracismo le llevaron casi a la ruina. Bosman obtuvo de la Federación Belga una indemnización de 20 millones de francos belgas (unos 420.000 euros) en 1998.
Muchos futbolistas se hicieron ricos gracias a una lucha que, paradójicamente, le convirtió a él casi en pobre. Y de bien nacidos es ser agradecidos. Como contaba 'AS' el 15 de julio de 2016, los jugadores de Países Bajos, en reconocimiento, le entregaron en una ocasión la prima por un partido ganado.
El belga llamó al capitán, Frank de Boer, para agradecérselo, y este le respondió: "No, no, no, somos nosotros los que tenemos que estarte agradecidos. Si no fuera por ti, yo no estaría en el Barcelona". Ahora ejerce de comentarista televisivo y lucha desde FIFPro, el sindicato internacional de futbolistas que, en su día, le ayudó. Como también Rabiot, jugador del Paris Saint-Germain en su día.
Su lucha fue secundada por muchos otros, como el jugador de balonmano Maros Kolpak. El fútbol, y el deporte en general, le debe mucho.