Un equipo sin alma. Eso es lo que ha sido el Valencia casi todo el partido. El Eibar dominó el encuentro a placer y sin sufrir. El Valencia no supo en ningún momento cómo hincarle el diente a su rival.
La presión del Eibar amargó la existencia al Valencia, que no sabía cómo sacar el balón jugado sin recurrir al patadón.
Enrich abrió el marcador casi a la media hora de partido, tras tirarse en plancha para rematar un centro a media altura de Escalante. Montoya no supo cubrirle y los centrales estaban ocupados marcando a Adrián.
Sin embargo, el gol no hizo tambalearse al Valencia. Lo encajó con dignidad y siguió jugando. Pero al público se le empezaba a agotar la paciencia de nuevo. Los buenos tiempos de Voro eran historia, y a este Valencia se le estaba poniendo una cara de Prandelli preocupante.
Lo que mató al Valencia fue la infantil expulsión de Soler. Pugnaba en un córner en contra con Escalante. El eibarrés le puso la mano en la cara y el valencianista, en lugar de fingir una agresión o al menos quejarse, le devolvió el manotazo.
Pícaro, Escalante se fue al suelo de inmediato. Penalti y expulsión por agresión. El Valencia con 10 y perdiendo 0-2, porque Adrián superó al 'parapenaltis' Diego Alves.
Un Diego Alves que no estuvo demasiado afortunado hoy. Criticado por la afición por alguna razón, no dudó en encararse con la grada por los pitos recibidos. Su nerviosismo era palpable y estuvo a punto de liarla en la seguda parte.
Tras el descanso, quedó claro que el Valencia había salido igual que se fue a las duchas. El mismo guión, y el mismo resultado, golazo del Eibar, imparable, de Dani García.
Sergi Enrich dio la puntilla al Valencia, anotando su doblete en el 77'. El Valencia había sido apalizado por un equipo, por nombre, inferior. Pero este Eibar es mucho Eibar, y con este triunfo se permite el lujo de soñar con Europa.
No todo fue malo en el equipo de Voro. Hay que verle el lado positivo a esta dolorosa derrota. Simone Zaza se mostró hambriento, y buscó un gol que no llegó durante todo el partido.
Y aunque muchos terminaron el partido apáticos y con ganas de irse a casa para dejar de escuchar silbidos, otros quisieron demostrar que a orgullo no les gana nadie. Es el caso de Mangala, jugándose el tipo hasta el final en cada jugada defensiva.