La 'Vecchia Signora', reina transalpina en los últimos años, llegaba como principal favorita, pero la historia del Milan siempre logra ser un plus, un extra que convierte cada partido en 90 minutos impredecibles.
La igualdad fue el rasgo que más podría definir a los primeros compases del encuentro. Con ganas del gol pero respeto por el rival, ambos equipos se vinieron arriba. La Juve tenía el balón y llegaba fácil, a las inmediaciones del área 'rossonera', pero era casi imposible penetrar... y si se lograba, Donnarumma se encargaba de despejar el peligro.
El portero del Milan fue la pieza clave en la que se sustentaron los de Montella, que le aprovecharon como primer eslabón para lanzar sus temidas contras. Balón que llegaba al área, balón que controlaba y lanzaba a las bandas para aprovechar la velocidad de Deulofeu y Ocampos.
Pero, pese al altísimo nivel en el que rindió, Donnarumma es humano, al menos, todavía. El joven meta vio perforadas sus redes con el gol de Benatia tras una gran jugada colectiva de la Juve. Un gol que pareció castigar demasiado al Milan que, hasta el momento, lo hacía todo bien.
Eso sí, la justicia estuvo presente en el Juventus Stadium y Carlos Bacca, a dos minutos del descanso, logró el empate provisional en una contra, dejando todo por escribir para la segunda mitad.
Los ánimos se relajaron de cara al tramo final del partido, pero aumentó mucho la intensidad y las faltas. Hasta seis tarjetas se vieron a partir del minuto 45, incluyendo una expulsión de Sosa por doble cartulina.
Y, cuando parecía que el destino, y Donnarumma, habían pactado el empate, apareció la figura de Dybala, quien se atrevió a quitarle la capa de superhéroe al guardameta italiano al lograr el 2-1 final desde el punto de penalti justo en la última jugada del encuentro.