Sin bordar el fútbol, aprovechando las ocasiones, se pueden hacer tres goles. Lo demostró el Elche. Lleno de carencias y con más errores que aciertos, se pueden hacer goles. Lo demostró el Málaga.
Anda necesitado de triunfos el equipo blanquiazul, pero al menos la manera de levantar dos veces un partido perdido es una señal de que lo extradeportivo no ha agujereado el ánimo del vestuario; todo lo contrario.
Al Elche, que probablemente habría firmado el empate a priori, se le quedó una cara perpleja porque por dos veces tiró por la borda la ventaja que se había labrado.
El encuentro, en global, fue grandioso. Siempre hay que celebrar una borrachera de goles así en una categoría tan cerrada como la de plata. Quién lo diría cuando cuando entre el minuto 23 y el 28 el Elche se puso 0-2.
Fidel, que iba para hombre del partido y se tuvo que ir lesionado, azotó la zaga de cristal de Víctor. Primero, con un penalti que sacó a relucir lo peor de Mikel Villanueva: el malaguista se tragó el pase en largo y Josan, con un gran control orientado, hizo una maniobra que obligó a Munir a derribarle. Fidel lo transformó con calma.
Si el 0-1 vino tras una ocasión muy clara del Málaga, la antesala del segundo fue un tiro al palo de Sadiku en reverso. Fidel, a centro de Josan, batió dentro del área pequeña a Munir.
Sin muchos recursos pero con muchísimo amor propio, el equipo de Víctor no se dio de baja del partido, todo lo contrario. Dani Pacheco, tras una suerte de rechaces, enganchó un tiro mordido en la frontal y a poco del descanso dio algo de esperanzas.
La reanudación trajo a unos jugadores blanquiazules revitalizados. En apenas tres minutos ya podría haberle dado la vuelta al marcador, si bien Edgar Badía se encargó de que no fuera así. Estuvo muy bien ante Juanpi y colosal ante Sadiku con una intervención repleta de reflejos.
¿Y cómo decidió premiar el fútbol al Málaga? Con el tercero del Elche. A los 64 minutos, otro centro de Josan vino petróleo. Lo cabeceó picado Villar y, ahora sí, el choque parecía muerto.
El cuadro blanquiazul, no obstante, decidió revivir cuando más difícil parecía. A once para el final, Juankar estuvo pillo para forzar un penalti que permitió a Sadiku comprimir el partido y obtener la recompensa a su fe y pelea.
Casi sin tiempo para soñar con la remontada, dos minutos después, Mikel Villanueva colocó un balón que Antoñín, sorprendentemente solo, cabeceó por el centro de la portería.
La Rosaleda, en pleno éxtasis, incluso llegó a soñar con el cuarto. El Elche, en una contra tímida, podría haber dado un último giro de guion, pero fue el Málaga el que porfió el cuarto milagro de la tarde.
Y lo tuvo, claro que lo tuvo. Pacheco le pegó con el alma desde lejos, aunque se encontró las manoplas de un Edgar Badía muy inspirado.