Si acaba metiéndose en Europa, igual recuerda este día como el que terminó de impulsarle hacia un sueño imposible a principios de temporada. Si acaba cayendo en descenso, puede que la derrota de San Mamés quede como la que le empujó del todo a un lodo con el que no se contaba mucho a final de temporada. Athletic, Levante, el yin y el yang del fútbol, con un epílogo muy emocionante que dejó dos goles extemporáneos.
El Athletic-Levante resultó bastante entretenido porque mudó su piel en varias ocasiones. Se fue 2-0 al descanso, llegó el 2-2 en el minuto 89. Y Muniain, todo un símbolo en San Mamés, convirtió el estadio en un volcán de euforia cuando caía un aguacero tremendo.
El fútbol, precioso, agónico, cruel y oportunista, se dio un homenaje a sí mismo en Bilbao. Quien pensara que a la media hora no quedaba pescado por vender, se equivocaba. Y bastante. Porque el Levante necesitó morirse para revivir en el encuentro. Y en la clasificación.
La historia se reducía a dos duros impactos de metralla. Uno de Yuri, a los cinco minutos. Un misil que casi dobló las manos a Aitor. Pero más le dolió al meta 'granota' el despeje de Coke bajo palos que tocó en su pie derecho para suponer el 2-0 y convertir la remontada en el Everest.
Pudo haber comenzado al filo del descanso. Técnicamente, Coke redujo distancias. Pero el VAR interpretó que en falta sobre Iago Herrerín. Ese blindaje de los porteros en el área pequeña le echó un cable, porque la acción pareció tener más blandura que un empujón.
El 2-1 no llegó a la primera, pero sí en otro buen momento sicológico: a los tres minutos de la reanudación. Roger se lo guisó, Beñat se lo comió, porque el rojiblanco llegó tarde al meter el pie dentro del área. Él mismo, especialista levantinista, engañó a Herrerín.
Nuevo escenario
A partir de ahí, el Levante tiró de catapultas para que entre sus centros y la inestabilidad del Athletic llegara el empate. El partido casi fue de waterpolo entonces. Por el agua que cayó y porque iba a de un área a otra con final incierto.
El giro de guion lo puso Cabaco, en el minuto 89. Campaña puso un córner delicioso, el uruguayo encontró la grieta y empujó la bola a la red y a su equipo a la salvación. Nadie puede asegurar con vehemencia que fuera injusto.
Con cinco minutos de añadido, solo había tiempo para la épica. Y llegó. Moses, enemigo por duplicado de sus compañeros de defensa, mandó al suelo a Córdoba, primero, y después a Muniain. Ninguna de las entradas pareció muy clara para indicar los once metros, aunque Munuera Montero casi lo pitó por reiteración en la presunción de culpabilidad.
Muniain, que porta el corazón de una afición que viene sufriendo bastante en las últimas temporadas, reabrió el sueño de Europa. Además, el del premio gordo.
Y es que el tiempo de añadido se convirtió en una ruleta rusa, en una puerta giratoria que mandó a unos a la senda de la Champions y, al otro, a las llamas del descenso.