En los últimos años, jugadores como Toni Kroos o Mesut Özil han sido los centrocampistas más destacados de Alemania.
Pero a principios de siglo, si alguien hablaba de un jugador germano para la sala de máquinas, a todo el mundo se le venía a la cabeza el mismo nombre: Michael Ballack.
El de Görlitz fue uno de los futbolistas alemanes más influyentes de la primera década del siglo y tuvo una trayectoria impresionante.
Internacional con Alemania, Ballack jugó en equipo como el Chelsea o el Bayern de Múnich, pero su mejor fútbol se vio en el Bayer Leverkusen.
En el conjunto de la aspirina bordó el fútbol y estuvo a un paso de firmar un año prácticamente insuperable para cualquier jugador: ganar el triplete y el Mundial en cuestión de meses.
Fue en 2002, pero aquel año la suerte no estaba con un Ballack al que el destino le tenía preparada una jugada muy amarga.
El Bayer Leverkusen lo tenía todo para conquistar un triplete épico: líder de la Bundesliga, en la final de la DFB Pokal y, por primera vez, en la final de la Champions.
Pero todo se vino abajo. El equipo, que tenía cinco puntos de ventaja a falta de tres jornadas, perdió la Liga tras perder dos de esos duelos.
Poco después el Schalke 04 le derrotaba por 4-2 en la final de la DFB Pokal. Cuatro días más tarde, tras desperdiciar numerosas ocasiones, el Bayer Leverkusen también caería derrotado en la final de la Champions ante el Real Madrid.
Una triple plata amarga en cuestión de días que fue mucho peor para un Michael Ballack que, en verano y con su selección, quedó subcampeón del mundo tras perder la final (para colmo, él no pudo jugar por sanción) ante la Brasil de Ronaldo.