Simeone quería convertir el Metropolitano en un nuevo Calderón. Pero no lo fue durante mucho tiempo. Lo que se veía sobre el terreno de juego no ayudaba, desde luego.
Porque sobre el tapete del Metropolitano hemos visto a dos Atléticos. Uno gris, pusilánime, aterrorizado ante la posibilidad de un descalabro. Otro, valiente, sin nada que perder, llevado en volandas por una afición rojiblanca que quere creer, pero a la que no le dan razones para hacerlo muy a menudo últimamente.
El Atlético debía ganar al Qarabag, un rival teóricamente asequible, pero que, salvo en el partido contra el Chelsea en Stamford Bridge, ha demostrado ser muy, muy molesto. Peleón con un trato exquisito del balón. Un dolor, una bestia negra para el Atleti.
Porque los rojiblancos se han dejado cuatro de seis puntos ante este rival. Y lo de hoy pudo ser mucho peor. Porque el Atleti fue una ruina durante gran parte del partido.
Un desastre táctico, un desastre anímico. El Atlético saltó al Metropolitano atenazado. Bloqueado por la tensión. Tuvo sus ocasiones, pero el Qarabag pronto vio que su rival no era tan temible como parecía.
El Atleti jugó a presionar hasta asfixiar al rival, y cada vez que no lo hacía, éste se venía arriba. Tras un par de llegadas de cierto peligro, el Qarabag empezó a creer en que el empate podía ser hasta un mal resultado.
Pasaron los minutos, y el Atleti se diluyó. Todo lo contrario que el Qarabag, que se vino cada vez más arriba. Los que empezaron a creer fueron los rivales. Y ocurrió lo impensable.
En un córner, otrora cortijo particular del Atlético de Madrid y hoy su peor pesadilla, llegó otro gol rival. Lo puso Guerrier al corazón del área y Míchel se alzó entre las torres rojiblancas para anotar el 0-1 que hizo enmudecer al Metropolitano.
Y no se fue el Qarabag con un 0-2 al descanso de milagro. El Atlético estaba desdibujado y agradeció como nadie el descanso. Simeone tenía que obrar un milagro, con ese equipo moralmente hundido, en quince minutos.
Lo hizo. Porque a diferencia del primer tiempo, el Atlético de Madrid fue a más conforme quemaba minutos de partido. Sólo un susto al poco de comenzar el segundo tiempo recordó que había un rival que sabía atacar.
Salvó Savic al Atlético de Madrid, y casi a continuación Thomas colocó ajustado al palo un balón al que no llegó, por fin, un Sehic que de nuevo lo paró todo.
A partir de ahí el partido fue rojiblanco. Un monólogo absoluto agravado tras la expulsión de Pedro Henrique, el mejor de los diez de campo del Qarabag, por pegar una patada a Godín en un salto.
Aytekin dudó, pero al ver la cara del uruguayo tuvo claro que le tocó. La amarilla por juego peligroso se convirtió en roja directa por agresión.
Con uno menos, como en Bakú, el Qarabag se replegó. A diferencia del anterior encuentro, el Atlético estaba más inspirado, al menos a la hora de generar peligro. Pero Sehic, Sadygov, Rzezniczak y compañía hicieron un partido casi perfecto.
El Atlético se estazó una y otra vez contra el muro azerí. Las veces que el balón llegó a puerta, alguien lo sacó, bien el portero, bien un rival bajo palos. Los cambios del Atleti dieron algo de aire fresco al ataque rojiblanco, pero no marcaron la diferencia.
Se le hizo largo el final de partido al Qarabag. Media hora de asedio no es plato de gusto, y buscó por activa y por pasiva 'romper' el juego. No le salió bien, porque los ataques del Atleti eran constantes.
Savic vio la segunda amarilla a dos del final, y el Atleti tuvo que jugar los seis minutos de descuento en igualdad de efectivos. Pero el ánimo en uno y otro equipo eran bien distintos.
Pero ni con el Metropolitano convertido en un gran Calderón el Atlético logró marcar el gol que le diese la vida en Europa. Peor aún, la Roma ganó al Chelsea, lo que deja al Atleti en una complicada situación: toca ganar los dos partidos, a Roma en casa y al Chelsea en Londres, y esperar el 'pinchazo' de uno de ellos contra el Qarabag.
Toca que el equipo que ha arruinado la Champions al Atleti le haga el favor de amargársela a uno de sus rivales. Toca tener que creer en imposibles. Creer hasta que sea imposible, para ser exactos.