Italiano de adopción, pero natural de Estados Unidos, la vida de Armando estuvo condicionada y dirigida por pequeñas decisiones que fueron cambiando el curso de su vida. Hijo de una familia de Vicenza (Italia), el pequeño, nacido en 1917, se crió en Indiana, pero la difícil situación que atravesó el gigante americano a finales de la siguiente década provocó que, junto a sus padres, el chico regresara a Europa.
Por aquel entonces, y con sólo 12 años, Frigo ya había dejado claro que el fútbol era lo suyo. Le llevaron a unas pruebas del equipo de la ciudad natal de sus padres y el Vicenza le acogió en su cantera. Allí fue creciendo y desempeñando el papel típico de centrocampista italiano físico pero con llegada.
Debutó con el primer equipo en cuanto cumplió la mayoría de edad y dejó grandes detalles de calidad que llamaron la atención de la Fiorentina, que acabó haciéndose con sus servicios. En su primera temporada (1939-1940) se le consideró como uno de los jugadores con más futuro del equipo y disputó 21 partidos, anotando cinco goles e incluyendo una final de Coppa Italia que acabó levantando. Su sueño, conseguido... y de manera bastante precoz.
Pero, dos años después cambió su vida. Pudiendose acoger al derecho de no ir destinado a la II Guera Mundial (los futbolistas de élite podían elegir), Armando colgó las botas y cogió el fusil. Según cuentan, desde el primer momento quería seguir jugando al fútbol, pero un mutilado de guerra le convenció al echarle en cara que los ciudadanos italianos estuvieran muriendo y los futbolistas, mientras, vivieran una vida de lujos.
Así, Armando pasó a formar parte del frente italiano en una región de los Balcanes. Su estancia allí coincidió con el armisticio de Siracusa entre Italia y los aliados, lo que provocó que el ejército nazi pasara a ser enemigo italiano. Después de varios meses de enfrentamiento, el desgaste pudo con su pelotón (él fue subteniente) y, además, la munición se les agotó, por lo que entregaron las armas al ejército alemán.
Como último acto de honor, los cuarto oficiales, entre ellos Armando, se presentaron como responsables de guerra para salvarle la vida a los 26 subordinados de su escuadra. Él y los otros tres oficiales fueron juzgados por parte de los nazis y condenados a muerte en un pelotón de fusilamiento.
Conociendo su trágico destino, y delante de los 26 soldados que habían luchado a sus órdenes, los cuatro oficiales fueron asesinados a traición, mientras andaban hacia el paredón. Iban a morir de manera honorable y acabaron siendo ejecutados por la espalda.
Un balazo en la nuca acabó con su vida al instante. Sus tres compañeros corrieron la misma suerte. Armando dejó las botas y su vida en Italia antes de partir, pero de lo que nunca se desprendió, y se encontró dentro de su chaqueta de subteniente, fue de una estampa religiosa... y de su ficha de jugador de la Fiorentina.