Cuenta la leyenda que el Stadio del Sole, construido después de que las bombas de la Segunda Guerra Mundial destrozaran el Giorgio Ascarelli, no era un nombre que llenara. La presión de las fuerzas vivas de la ciudad propició el cambio al San Paolo, en homenaje a la llegada del santo a la región. Por eso, hay quien cree que está bendecido. Su aura, desde luego, es mágica.
Allí hubo un Mundial inolvidable, en el 90, y se forjó la leyenda de Diego Armando Maradona. Un estadio santo que suena a maldito para el campeón. Allí sucumbió el año pasado, aunque posteriormente acabara levantando el trofeo; ahí hincó la rodilla para llevarse un 'tirón de orejona' del Nápoles en su primera defensa del título.
La fase de grupos suele ser el telonero de la Champions de verdad, de ese particular torneo de siete partidos que dedice de verdad, y dentro de unos meses, quién es el auténtico campeón. Tiene tiempo para recuperar el equipo de Klopp, pero también para ir digiriendo lo que le espera este año: un ambiente hostil en cada visita y un rival ávido por hincar el diente al campeón.
Los diez minutos finales dejaron una sensación de descalabro. El de Robertson, que cedió ante el truco de trilero de Callejón dentro del área. El del pluscuamperfecto Van Dijk, que le regaló a Llorente el segundo tanto en el añadido con uno de esos fallos que uno no concibe ver en el, probablemente, futuro Balón de Oro.
La historia del fútbol, interesado y desmemoriado, se escribe desde los resultados. Pero antes de esa resolución hubo un precioso partido jugado de área a área. Como una partida de ajedrez en Central Park, de valientes y descarados. Con los porteros reivinicando sus guantes, pese a que no sean los más famosos del continente.
Y es que el fútbol sin goles puede llegar a ser apasionante, igual que el snooker puede sustituir a una buena partida de billar. Aunque terminó habiendo goles, la calidad del choque hubiera sido igualmente destacada, porque el partido fue de alternativas y mentalidades ganadoras.
Gloria al Nápoles. Por vencer y por mantener su filosofía. El partenopeo es ese equipo siempre adepto del espectador neutral: no especula, arriesga, siempre concibe los partidos al todo o nada. El Liverpool, experto en recibr a equipos a puerta gayola, leyó pronto lo que le aguardaba y soltó a sus toros, Mané y Salah, a correr desde el principio.
Fue Meret el que tuvo más trabajo en la oficina que Adrián, pero el sevillano continuó demostrando que se está transfundiendo la sangre de Alisson en su ausencia. Muy claro quedó al poco de la reanudación; solo llevamos una jornada de Champions, pero a buen seguro su parada a Mertens será recordada como una de las mejores de esta edición.
Su vuelo con rectificado ante la cabriola del belga fue tan bonito como zambombazo de Cristiano o una falta acariciada por Messi. Para verla en bucle y recordar que Alisson fue en su momento el portero más caro del mundo y que Adrián estaba en paro antes de este gran cometido.
Incluso a punto estuvo de emular su heroicidad de la final de la Supercopa. Adivinó las intenciones de Mertens en el penalti y llegó a tocar la bola. Pero quizá a quien no pudo frenar fue a San Paolo, que empujó la vela de su equipo para premiar su animosidad y descaro.
El Nápoles, que fue de más a mucho más en la segunda mitad, terminó canjeando en tres puntos y el liderato compartido (el Salzburgo sorprendió con su megagoleada al Genk) una actitud dignísima para que un campeón clave la rodilla en el suelo. Fue la primera derrota del curso para un Liverpool que queda avisado: revalidar el título pasa por mantener el listón y luchar contra los elementos; incluidos los santos.