Ruanda, en el año 1990, era uno de los países más densamente poblados de África. Enclavada en el corazón del continente, obtuvo su independencia en 1962, pero Bélgica, su antigua metrópoli, había dejado un regalo envenenado en su antigua colonia.
Bélgica estableció al artificial separación entre hutus y tutsis. No son etnias, no son clanes. Fue la separación clasista entre los habitantes de la región por parte de sus dominadores belgas. Nadie podría imaginar que aquella segregación económica desecadenaría el horror más grande que ha conocido África hasta la fecha.
La historia de Ruanda ha sido convulsa desde su propia independencia. La guerra civil que sacudió al país entre 1990 y 1994 reveló al mundo las primeras matanzas. El general Juvenal Habyarimana, hutu, llevaba en el poder desde que lo tomase mediante un golpe de estado en el año 1973.
En esa guerra civil tuvieron lugar las primeras matanzas de tutsis, amparadas por el gobierno, pero lo peor estaba por llegar. Cuando en 1994 el avión que transportaba al presidente Habyarimana se estrelló, el infierno se desató en Ruanda.
Los hutus más radicales culparon al Frente Patriótico Ruandés (FPR), tutsi, y comenzó la matanza. Estimaciones actuales determinaron que los hutus acabaron con entre el 20 y el 40% de la población del país, fuera tutsi o no. Porque, en el fondo, hutus y tutsis son indistinguibles.
En esas entra en acción nuestro protagonista. Eric Eugène Murangwa, conocido como 'Toto', era portero del Rayon Sports, uno de los grandes clubes de Ruanda, y conocemos su historia gracias a Juan José Lahuerta, periodista de 'EFE'.
El atentado, cuya autoría a día de hoy sigue sin estar clara (o bien fue el FPR, o bien fueron los propios hutus para tener una excusa con la que poder eliminar a los tutsis) le pilló en casa de un amigo.
Gracias a las cartillas de identificación étnica, creadas por los belgas y reintroducidas por Habyarimana, los tutsis eran fácilmente identificables por los paramilitares. En sólo 100 días, 800.000 tutsis (o sospechosos de serlo) fueron asesinados.
Toto iba a ser uno de ellos. Los paramilitares irrumpieron en la vivienda de su amigo, acusando a ambos de ser parte del FPR. Iban a ser ejecutados sin juicio en la misma vivienda, pero el azar se cruzó en su camino.
July 15, 2019
Mientras los soldados revolvían el piso, quizá en busca de pruebas, quizá en busca de algo de valor que saquear, una revista cayó al suelo. Cayó abierta casualmente por una página en la que aparecía Toto. Y un soldado le reconoció.
"¿Para quién juegas tú?' Le dije que para el Rayon Sports. Miró las fotos de nuevo y luego preguntó si era Toto y respondí que sí, que era yo", contó el ex cancerbero, a la 'Agencia EFE'.
Y el soldado le perdonó la vida. Mandó a sus compañeros dejar la habitación y se sentó a charlar de fútbol con Toto, de un partido internacional que había disputado poco antes contra un equipo de Sudán.
"¿Te acuerdas de ese gol? ¿Te acuerdas ese regate? ¿De aquella entrada? ¿Te acuerdas de lo que hizo ese jugador?', me preguntaba. Eso me dio esperanzas. Al final, se fue. Salvé mi vida y la de mi compañero de piso. Ese fue el momento del primer día del genocidio en el que mi vida estuvo cerca de acabar. Pero fue perdonada por el fútbol", rememoró Toto.
Sobrevivió. Puede considerarse un auténtico afortunado. Al poco de concluir el genocidio, volvió a jugar al fútbol. "Antes de saberlo, estábamos jugando. Las nuevas autoridades lo vieron como una herramienta para ayudar y tener una esperanza de recuperación", explicó.
Ahora trabaja para erradicar ese odio genocida de la sociedad ruandesa. "Queremos que cuando la gente joven juegue al fútbol no sólo lo haga para ser el siguiente Messi o el siguiente Ronaldo, sino también para ser el siguiente Longin, el compañero que me ayudó a sobrevivir durante el genocidio", comentó, para finalizar la entrevista.