Cuentan las lenguas antiguas -y también las contemporáneas- que el orgullo sevillista no entiende de imposibles. No hay lugar en la historia en el que se encuentre la redención del Sevilla y su gente, que necesitarán forzar casi una epopeya para seguir alimentando su gloria europea. No fue peor que el Bayern, ni mucho menos, pero el cinco veces ganador de la Copa de Europa tiene un gen que no se compra.
El de los grandes. El Bayern consiguió un triunfo que en pocos minutos mereció, siendo atenazado en diversas fases por un Sevilla feroz, encomiable en su esfuerzo y capaz de superar la ausencia de su guía, Banega. En portería, Rico dejó su lugar a un David Soria al que no le pesó la contienda e inclusó terminó evitando una desventaja mayor.
En el Bayern, Heynckes sacó a relucir su estilo más conservador sumando cemento a su centro del campo, lo que conllevó que James Rodríguez partiera desde el banquillo. A la postre, la salida del colombiano fue fundamental para que su equipo supiera a qué quería jugar.
Sarabia, a la de dos
Con el impulso de Old Trafford, el Sevilla inició el partido sin temor a lo que estaba enfrente. Buscó la presión arriba siempre que pudo en el inicio, aglutinando balón en el centro del campo y soñando con las estampidas por ambas bandas. Los alemanes decepcionaron en su planteamiento y rápidamente conocieron de qué está hecho este Sevilla.
Sarabia mandó al limbo una ocasión soberana para el 1-0. Le cayó a la derecha y ahí se esfumó la primera gran opción sevillista. Era el minuto 20 y el Bayern aún no había salido de la cueva. Un aviso de un Sevilla que no iba a asomar la patita por segunda vez.
Porque Sarabia, en el 32', la puso de zurda en el sitio que antes no pudo hacerlo de diestra. El gol fue merecido, pero ilegal, ya que el goleador se ayudó de su brazo izquierdo para desnivelar la eliminatoria. Sorprendente a priori, más que real después de lo acontecido en la primera media hora.
Para magnificar la desgracia teutona, Vidal se echó al suelo y James tuvo que ocupar su sitio. Sirvió de amuleto el colombiano, que en uno de los primeros balones que tocó imploró el desdoblamiento de Ribéry, que entendió la acción. Puso el pie el francés buscando el centro y lo que encontró fue el pie de Navas. Un desvío, una reacción tardía de Soria. El empate, de nuevo al ábaco.
Perdida la gasolina, perdida la magia
A Heynckes le perturbó la mente la amarilla de Bernat y agotó su segundo cambio en el descanso. Entró Rafinha y ahí perdió el Sevilla parte de su 'punch'. Mucho mejor el brasileño que el ex del Valencia, al que la competencia con Alaba minimiza sus virtudes.
No tuvo ritmo la segunda parte, justo lo que quería Heynckes. El islote que fue Lewandowski quería una contra que nunca llegó, pero sí la posesión alemana. Decía Montella en la previa que para ganar al Bayern había que arrebatarle la pelota. Una vez se le quemó la receta que tenía preparada, el italiano se quedó sin festín.
David Soria evitó con una gran estirada el 1-2 de Javi Martínez. Era el 68' y dos minutos después, Thiago despedazaba los sueños sevillistas. Otra vez con fortuna, otra vez un gol despiadado. Centro al segundo palo y cabezazo de Thiago, que pretendía que un compañero la empujara. Lo hizo finalmente Escudero, enmudeciendo al Pizjuán.
El golpe fue letal y Montella tardó una generación entera en mover su banquillo. Hasta el minuto 78 no entró Sandro, quien tuvo una buena opción que desbarató un atento Ulreich. Así se esfumaron los últimos minutos, en un ida y vuelta constante que pudo dejar tanto el 2-2 de N'Zonzi, en un disparo lejano, como el 1-3 en la única ocasión que dispuso Lewandowski.
Lo tiene en su mano el Bayern, aunque en el Sevilla no dejarán de soñar hasta el final. Necesita la más heroica de sus historias ante un Bayern que tendrá una buena ventaja ante su público. Volverá Banega en la vuelta, aunque quizá demasiado tarde para un Sevilla al que sólo le tumbó el peso del escudo teutón.