La Copa es magia pura, aunque en un bando deje miseria y en otro gloria. El caos que produce un gol con valor doble es lo que le da al torneo su carácter único. Por eso cayó un gigante, el Atlético de Madrid, por eso el Girona, valiente y descarado, estará en los cuartos.
El equipo de Eusebio hizo historia. Casi más por cómo demolió el Wanda Metropolitano que por la clasificación. Hacer tres tantos en ese estadio es asunto de elegidos. Adán no es Oblak, pero tampoco es manco. Igualó por dos veces, remontó una vez. Esa entereza mental es digna de elogio.
Porque no era el once de gala rojiblanco, pero sí acabó con todo el arsenal disponible en liza. Y cuando un grande convierte su casa en un manicomio, escapar vivo de ahí ya es meritorio.
El partido tuvo tintes épicos. El Atlético empezó poderoso, estuvo en la lona, tuvo un ascenso exprés al Olimpo y acabó en el lodo. El Girona presumió de chaleco antibalas, de la cabeza providencial de Stuani y de la uña de Doumbia cuando Griezmann había declarado la fiesta nacional de la remontada.
El combate arrancó pronto. Primer tiro, primer gol. Kalinic, en la rampa de salida, hizo huelga a la japonesa con su segundo tanto copero. La igualada de Valery debió entenderse como un entremés de la locura. Porque el chico de 19 años marcó su primer gol para igualar la eliminatoria y dejar una factura preciosa: control de pecho, volea endiablada.
La locura, invitada VIP
Quien augurara precauciones a la espera de la prórroga se equivocaba; quien espera mambo agotó las existencias de palomitas. Stuani, para actualizar su currículo en el Camp Nou, se elevó en el área pequeña y selló otro tanto de cabeza. El sueño del Girona se acercaba.
En plena celebración, Griezmann había saltado al campo. Si saltó en silencio, en el césped se reivindicó a lo grande. Hizo sonar la corneta y los caballos rojiblancos corrieron más. El choque se trasladó a la frontal de Iraizoz. En solo cinco minutos, el galo vertió kilos de emoción al choque con una asistencia a Correa, con pulso firme en el mano a mano.
El Wanda rugió y rugió porque hacía falta otro tanto. Los de Eusebio no se descompusieron, pero Griezmann encontró la grieta perfecta justo después de que Godín se topara con el larguero y Arias con el VAR.
Todo estaba escrito para un centro escorado. Pero los genios intentan otra cosa. Eso hizo el galo, que cargó el fusil y batió a un Iraizoz que parecía indestructible. La remontada y el pase a cuartos estaban en el bote, temblaba el suelo.
El último episodio de la novela de intriga no defraudó. A dos para el final, Borja García chutó flojo. Pero Doumbia, torpe hasta entonces, punteó la bola y el destino rojiblanco. Con seis minutos de añadido y los precedentes, nada se podía dar por cerrado, pero el último cartucho de dinamita tuvo sello catalán.
Y por si fueran pocos alicientes, el VAR. Undiano Mallenco tuvo que ducharse después del partido de tanto esfuerzo en el VOR. Revisó cuatro goles el navarro y un penalti. Dio validez a los de Stuani, que podría haber anulado perfectamente, y Correa, y frustró a Kalinic y Arias por fuera de juego.
Un señor partido de Copa. De los de siempre y quedan pocos.