Entre Cardiff y Bilbao hay poco más de 900 kilómetros. Una distancia ínfima si se compara con la que hay entre el Madrid que empató en San Mamés y el que arrasó a la Juventus en la pasada final de Champions. Seis meses han pasado de la duodécima, tiempo en el que el Madrid ha perdido su sello, su imperio.
Aquel 3 de junio, los de Zidane pasaron por encima de la mejor Juve que se recordaba, que no pudo frenar el ímpetu, el hambre y la exquisita solvencia blanca. En una segunda parte despampanante, Cristiano y compañía arrebataron a los italianos su sueño y consiguieron lo que nunca antes nadie había logrado.
El verano pasó y con él se esfumaron piezas clave en los esquemas de Zidane, aunque no contaran con el premio de la titularidad. Morata se fue al Chelsea, James salió por la puerta de atrás rumbo al Bayern y Pepe, uno de los capitanes, no encontró cómo ampliar su contrato con el Madrid, marchándose al Besiktas.
Los fichajes parecían alumbrar un nuevo Madrid, más joven y con talento por arrobas. Las Supercopas ante United y Barcelona pusieron de nuevo a los blancos en órbita. Dos títulos, una sensación de superioridad irrebatible. El año del sextete, se llegó a decir.
Pero llegaron las lesiones, la falta de gol, la falta de fútbol... las dudas de Zidane. El Madrid entró en barrena y se fue dejando puntos en lugares otrora impensables. El Barça, al que había vapuleado en verano, tomó ventaja y fomentó el despeñamiento 'merengue'.
Con las mismas llegamos a Bilbao, donde el Madrid tenía la oportunidad perfecta para recortar puntos a su eterno rival. Saltó a San Mamés, curiosamente, con el mismo once de Cardiff, el de la más cercana gloria. Pero en 'La Catedral', el Madrid cercioró que no es ni la sombra del que levantó la duodécima.
Un nuevo chasco más para un equipo que se ha acostumbrado este año a vivir en el alambre, atenazado hasta por un Segunda B en el Bernabéu. Queda temporada para arreglar el desastre, pero la sensación es que el Madrid ha perdido en seis meses un imperio que parecía indestructible.