Cómo un equipo que sublimó su juego se llevará a Italia el miedo a una remontada es un misterio difícil de resolver. Cómo un equipo que estaba fuera de Europa recuperó el pulso para irse a casa contento tras un baño antológico tampoco tiene explicación. El fútbol, la Champions, enamora por noches así. Por 90 minutos con varias vidas noveladas a ritmo trepidante.
Con el asterisco de esos dos goles finales, lo que hizo el equipo de Klopp el Liverpool fue una oda a la competición. Presentó su candidatura a Kiev y a la gloria enamorando con su fútbol total. De estampidas hacia la meta rival, de flechas rojas imparables. Cautivador, arrebatador, valiente, el cuadro 'red' paró el reloj en un festival de fascinación.
El Liverpool fue un ejército casi perfecto. Pero Salah merece libros y libros de reconocimiento. El egipcio hipnotizó y desarboló a la Roma. Como si fuera su partido de homenaje o despedida, completó un encuentro alucinante. Por lo que consiguió y por su naturalidad para ello. Hasta se permitió el lujo de no celebrar sus tantos. Es bueno y respetuoso.
Salah hizo un par de dobletes, y resultaría difícil elegir qué hizo mejor. Un tirazo súbito a la escuadra para desnivelar. Una definición a lo Messi para superar a Alisson con dulce castigo. Un regate más 'messiánico' aún, como el que le hizo el argentino a Boateng, también en Champions, para hacer añicos a Juan Jesus y el escudo de la Roma. Una asistencia congelando el tiempo para Firmino. Para convertirse en Lionel Salah, el quinto beatle.
Lo tiene todo el egipcio. Desborde, potencia, carrera, regate, disparo, inteligencia, pulso, sangre fría... También unos socios endiablados. El Liverpool no ataca, libera a sus mamuts. Firmino firmó un doblete, un tipo que parece no estar, no ser nada del otro mundo, pero siempre es decisivo (le añadió una asistencia). Y Mané, en un 'mal' día, en el que no le salía nada, se marchó con su golito en el bolsillo. Es un tridente para ganar a cualquiera y soñar despierto.
Comienzo engañoso
El baño a la Roma fue histórico. Llegó a verse triturado e impotente el equipo transalpino. Quién lo habría dicho al inicio. Di Francesco compuso un once bravo que salió con ambición a Anfield. En apenas unos minutos, el partido se avecinaba precioso y de goles, pero en ambas porterías.
Al cuarto de hora, a Klopp se le lesionó Oxlade-Chamberlain, mala pinta su rodilla, y su equipo se cortocircuitó sin señales de retorno. La Roma tomó el balón y el dominio. Y no la ventaja porque el larguero repelió el latigazo de Kolarov.
Y sin quedar muy claro cómo, en un minuto los 'reds' apilaron tres ocasiones muy claras. Especialmente la de Mané, que corrió 30 metros solo hacia Alisson para luego tirarla fuera.
No llegó el tanto, pero la acción sí abrió un agujero espaciotemporal en la Roma. En su zaga y en su moral. El Liverpool al fin abrió la autopista hasta su tridente de ataque. Y empezó a ganar el partido.
Barra libre de goles
La Roma quedó narcotizada, paralizada viendo cómo les taladraban una y otra vez desde que Salah compuso una parábola de billar a la escuadra. Toque en el larguero, toque en el poste, gol espectacular.
Anfield rugía tanto como su equipo, que se electrificó a un nivel sobrenatural. El Liverpool se iba al descanso preguntándose cómo no ganaba al menos 3-0. Pero al menos pudo hacer otro. Entre Firmino y Salah contragolpearon, y eso para cualquier defensa es como una ecuación de segunda grado. El brasileño despejó el camino, el egipcio definió como los grandes.
De vuelta con Schick por Ünder, la película siguió siendo de miedo. De hecho, los ingleses fueron más mortíferos aún. Salah, absolutamente desatado, regaló en cinco minutos el tercero y el cuarto. Para levitar sobre Anfield. La Roma se quedó sin aliento, desconectado. Y por eso Firmino cabeceó un córner manso para hacer la 'manita', que en realidad fue un puñetazo a la mandíbula romana.
Era momento para celebrar. También para descansar. Klopp quitó a Salah, que se llevó la ovación de su vida, y el partido, y la eliminatoria parecieron facturados.
Salió de la tumba
Sin embargo, como en el Camp Nou, la Roma encontró su hálito para volver a la vida. Dzeko levantó la lápida haciendo un gol de buen soldado, aprovechando el salto mal medido de Lovren.
Se habría quedado en mero honor de no ser porque cuatro minutos después el brazo izquierdo de Milner mandó a Perotti, recién ingresado, al punto de penalti. Lo clavó con arte el argentino, que dio una vida extra a su equipo en la eliminatoria.
Si hubiera podido, Klopp habría pagado por deshacer el cambio de Salah. Sin talismán, y seguramente también acusando el altísimo nivel físico, el Liverpool se quedó contra las cuerdas. La Roma invocó el tercer milagro, pero dio más susto que peligro.
El equipo 'red' está advertido con lo que le pasó al Barcelona, vuelve a necesitar tres tantos para otro capítulo de leyenda. Pero el Liverpool tiene a Salah. Y a Firmino. Y a Mané. Y eso, más que una advertencia, es un trampolín hacia el cielo.