La peor de las pesadillas que Kepa podría haber imaginado y que, seguramente, ni siquiera le habrá pasado por la cabeza se hizo realidad en la final de la EFL Cup. Tras un envite divertido e igualado en el que su compañero Édouard Mendy se vistió de protagonista por su buen trabajo, él fue el villano. Entró expresamente para la tanda de penaltis y erró el lanzamiento decisivo después de que Kelleher, el cancerbero 'red', le marcara el suyo.
Abordando el encuentro aparte de la tanda, fue muy entretenido e interesante. Entretenido, porque no dejaron de haber intentonas por parte de los dos equipos. Ninguno se instaló en el inmovilismo, los dos vivieron periodos de gobierno y de sentirse a remolque y propusieron distintas soluciones, de ahí lo interesante, para salir ganando funcionaran mejor o peor.
Los 'blues' se llevaban el gato al agua en frío, al comienzo del partido y en el inicio de la segunda mitad. Los 'reds' sacaban a la palestra su mejor versión conforme maduraban la acción e iban acoplándose a las grietas del esquema de Thomas Tuchel, difíciles de interpretar, como las del de Jürgen Klopp, porque el duelo carecía de los típicos compases de calma en los que los rivales se estudian pacientemente.
Curiosamente, ni en el cómputo de ocasiones claras se pudo decidir a un mayor merecedor de la victoria. Hubo momentos de muchísimo protagonismo para Édouard Mendy, que sostuvo un asedio de los representantes de Anfield, y de Kelleher, que tuvo intervencines de mérito, sobre todo en la primera mitad, que se habrían resuelto con goles en caso de no estar él ahí.
Al final, por cantidad y por méritos, fue Mendy el más trascendental porque, por insistencia, el Liverpool cosechó más oportunidades lúcidas de lo que lo hizo el Chelsea. Principalmente, en las postrimerías del choque. Siguiendo esa línea antes mencionada de que los 'reds' iban mejor conforme maduraban el partido, el cancerbero terminó vestido de superhéroe.
Y no era para menos. Respondía a todo. Remates a bocajarro, testarazos de los que van de arriba abajo -ante uno de Van Dijk al borde del tiempo añadido, estuvo providencial- y hacen tanto daño a los porteros altos, chuts lejanos que retaban su seguridad... Los 'blues' debieron su supervivencia hacia la prórroga a su inspiración.
La polémica también se hizo hueco en el tiempo reglamentario por dos acciones dudosas. La primera, una posible tarjeta roja a Naby Keïta. Había formado parte del once inicial a última hora porque Thiago Alcántara se lesionó en el calentamiento y, en un contrabalón con Chalobah, entró con la plantilla elevada por encima de la rodilla del su contrincante, al que, por mala fortuna, acabó clavando los tacos en la entrepierna. El árbitro no le mostró la amarilla siquiera porque consideró el lance fortuito.
El segundo gran foco de debate fue que el juez anulara un gol de Joel Matip en el minuto 67 después de cabecear, a la altura del segundo palo, un balón que había prolongado, también con la testa, Mané aunque Rüdiger le presionaba. Resulta que, para que Mané llegara a este balón, Van Dijk estorbó a su marcador y, como estaba en posición antirreglamentaria, se pitó fuera de juego posicional, ese recoveco del reglamento que siempre comporta dudas y quejas.
Lo que no sabían los futbolistas era que la prórroga iba a traer dos nuevos goles anulados. En un contexto de partido con más poso, Tuchel aprendió de su sufrimiento en el tiempo reglamentario y ordenó a los suyos que gestionaran con pausa la posesión porque, en el cuerpo a cuerpo, salían perdiendo. El plan funcionó y el exuberante ataque del Liverpool remitió, pero su línea defensiva se las apañó para dejar en fuera de juego a los dos goleadores de estos 30 minutos de más.
Lukaku, en una posición antirreglamentaria milimétrica, estaba algo más adelantado que Van Dijk cuando recibía un cuero filtrado que usó para romper a un zaguero y batir a Kelleher en el área. Después, en la segunda mitad de la prórroga, a Havertz le pasó lo mismo con un cuero entre líneas de Marcos Alonso y sin deshacerse de ningún defensa; chutó directamente tras darse la vuelta.
Otro elemento clave del partido estuvo en el uso de los revulsivos. Con dinamita en sus banquillos, los dos entrenadores dieron entrada a piernas frescas cuando el cansancio amenazaba en consonancia con ese prisma de ir probando con nuevas ideas cuando el dominio no llegaba y esto inmiscuyó incluso a la portería del Chelsea, donde Kepa entró por Mendy para la tanda de penaltis -fue imposible desequilibrar el marcador en la prórroga-.
El guardameta español, en una tanda eterna que se resolvió cuando él y su homólogo Kelleher entraron en escena, vivió la peor de las pesadillas que podría haber imaginado. Cuando había ingresado expresamente para los penaltis, falló el decisivo mandando el cuero a las nubes después de que Kelleher le anotara el suyo e hizo campeón de la EFL Cup al Liverpool.