Si la semana anterior se dio un batacazo tremendo con el Reus, en La Romareda el Málaga ganó una vida extra. Así se levantan los campeones de la lona. Tan desastrosa fue aquella derrota como honrosa esta victoria.
No era plaza fácil. El Zaragoza había renacido de la mano de Víctor Fernández y en su ánimo durante todo el choque se notó. Pero estos partidos de Segunda se han visto muchas veces: un equipo que puso todo lo que tenía se estrelló contra el portero rival; uno bien empacado y colocado dio los zarpazos necesarios en los momentos oportunos.
Temían por la capital maña las acciones de estrategia, por su poca estatura y por la habilidad del Málaga. Y se cumplió el vaticinio. Eso sí, por culpa de una desatención brutal, ya que Ricca remató como un náufrago en el área pequeña. Tres goles ya del capitán, el defensa-pichichi.
El tanto dio seguridad y temple a los de Muñiz, que necesitaban levantar cabeza. El guion de los locales acelerando y apretando se acentuó. Munir, eso sí, estaba para salvaguardar los intereses.
El equipo malagueño no ha sido muy fiable a domicilio. De hecho, esta fue la cuarta derrota, pero supo guardar la ropa con un once arriesgado de Muñiz, que no tembló para alinear a Hugo y a Keidi por delante de otros pesos pesados. Un mensaje y castigo a los que no dieron la talla ante el Reus.
A los maños no se les puede reprochar que no lo intentaran, pero de nuevo Munir estuvo soberbio en dos manos a mano. Ya con los locales volcados, un par de rebotes dentro del área sonrieron a Adrián, que tuvo fácil la definición del mano a mano a ocho para el final.
La alegría va por barrios, y el barrio maño se quedó sin ella. Viajó de La Romareda a La Rosaleda.