Mohammed, su esposa Afaf, Zahra, hermana del chico, y Ahmad, el protagonista de esta historia, se montaron en un bote de plástico cuyo motor se paró se paró en el mar Egeo, en algún punto entre la costa de Turquía y de Grecia.
Hasta 65 pasajeros creyeron que allí se había acabado todo, después de que sus vidas también se parasen en 2011 por el conflicto bélico que vivían en Siria.
El padre había pedido dinero prestado para poder pagar las plazas de su familia en aquel bote, a razón de 1.000 euros por adulto y 700 euros por Ahmad, ya que era un niño.
La familia entera dejó atrás Siria por la guerra y porque Ahmad jamás podría cumplir su sueño en aquel país. "A comienzos de 2015 había tomado la decisión de abandonar el país y la principal razón era el futuro de Ahmad. La guerra nos impedía llevar una vida normal y él no podía ir a entrenar", explicó Mohammed.
"No había futuro para él en mi país y no sabíamos cuánto iba a durar el conflicto. Antes de la guerra, Siria era un lugar maravilloso para vivir pero todo ha cambiado", lamentó el padre, que quería darle a su hijo la oportunidad de poder triunfar en el fútbol y, preferentemente, en el Real Madrid, como así era el sueño de Ahmad.
Ta y como explicó Mohammed, finalmente algunos pasajeros arreglaron el motor del bote y un pescador les dijo adónde debían dirigirse, aunque a pocos minutos de llegar a la costa de Grecia el bote comenzó a hundirse.
Les ayudó una embarcación de refugiados que iba delante y así fue como la familia de Ahmad, junto al resto de los pasajeros, llegaron a salvo a Europa. Pero no empezaba ahí lo fácil. "Parecía una isla militar", rememoró Mohammed.
Se trataba de Lesbos, una de las principales entradas de refugiados a Europa a través del mar. Fueron trasladados a otra isla griega, donde estuvieron tres días. Mohammed explicó que no disfrutaron de un campo de refugiados y que dormían a la intemperie en la primera isla, sin ni siquiera una sábana, mientras que en la segunda lo hacían con una para los tres en la calle.
Después, fueron llevados a Atenas, donde pagaron cientos de dólares para poder llegar a Croacia. Cruzaron Macedonia y Serbia con ese dinero y Mohammed agradeció no tener que volver a pagar en Croacia, ya que Europa ya estaba ayudando a los refugiados.
A la familia de Ahmad la ayudaron a llegar a Alemania: a Múnich, a Eisenhüttenstadt y finalmente a Potsdam, donde empezó una nueva vida.
A pesar de que el niño sólo cuenta con 7 años, era consciente de que su familia lo dejó todo, en parte, por él. "Él ha sido consciente desde el principio, sabía que lo hacíamos por su carrera. Cuando estábamos en el bote le pregunté si tenía miedo y me dijo: 'No tengo miedo por mí sino por ti y por mamá", explicó Mohammed.
El padre también explicó que Ahmad no se separaba ni a sol ni a sombra de su objeto más preciado: un balón de fútbol: "No podía ni imaginarse dejarlo allí y se lo trajo con él. En el bote lo llevaba en su bolsa".
"Ya en tierra, en cuanto tenía la más mínima oportunidad, lo sacaba en cualquiera de los países que atravesamos y practicaba con él mientras nosotros nos sentábamos a descansar", añadió.
El amor de Ahmad por el fútbol le viene de familia. Mohammed jugaba de portero en el equipo de Jableh, su ciudad, pero a los 18 años se lesionó y tuvo que dejarlo. Le regaló el primer balón a su hijo cuando éste tenía tres meses. Con un año, le llevó por primera vez a un campo de fútbol.
El niño aprendió a andar casi a la vez que a darle el balón y el padre vio que había algo en él. "Su precisión dirigiendo el balón es extraordinaria y ama el fútbol. Juega como un jugador de verdad, no sólo para divertirse y correr de un lado a otro como hacen otros niños. Lo peor que puede escuchar es: 'Ahmad, deja el balón y ven", explicó.
Con dos años, Mohammed llevó a Ahmad a un partido de la Liga Siria, pero el niño se aburrió y en el descanso se puso a jugar. Maravilló a todos y le público empezó a jalearle. Entonces, el padre se convirtió en su entrenador y sigue ejerciendo como tal en Postdam. Ahmad es delantero y, además de ser preciso, dribla muy bien.
"Mi sueño es jugar en el Real Madrid y llevar el dorsal de Cristiano Ronaldo. Es mi ídolo porque es muy rápido y es el mejor, mejor que Messi", afirmó Ahmad, que entrena todos los días de la semana, sin excepción, y celebra todos los goles como lo hace el crack luso.
Ahmad cuenta ahora con ocho años, pero sigue desde hace tres a Cristiano y espera conocerle algún día. Su padre no era seguidor del Real Madrid, pero su hijo le ha contagiado su pasión y ven juntos todos los partidos del club blanco. Mohammed le regaló la equipación del '7' 'merengue' y Ahmad no se separa de ella.
El niño no hablaba una palabra de alemán a su llegada a Postdam, pero gracias al fútbol se ha adaptado rápido. Va al colegio y ha hecho muchos amigos, además de seguir jugando al fútbol. Su padre está aprendiendo el idioma y todavía no ha encontrado trabajo.
Recientementa la familia se ha ampliado con el nacimiento de la pequeña Fatemah y, aunque Mohammed espera volver algún día a Siria, Ahmad prefiere seguir en Alemania persiguiendo su sueño.