No hubo piedad. Un irreconocible Mónaco saltó al Parque de los Príncipes a ver qué se cocía por París. Porque con esa alineación Jardim dejó una cosa clara: el Mónaco luchará la Liga, luchará la Champions, pero no opondrá resistencia en la Copa.
Es cierto que el 'triplete' era una opción, pero a este Mónaco le vale más hacer un buen papel en Europa (y si se logra el pase, mejor), que pelear de tú a tú al PSG y fundirse en el intento.
Así pues, el PSG empezó dominando con puño de hierro el partido. Sin clemencia. Sólo un casi autogol de Thiago Silva inquietó a los parisinos. El Mónaco se animó y lo pagó.
Un error garrafal de De Sanctis abrió de par en par las puertas del gol al PSG. Disparó Di María desde la frontal, De Sanctis ni atrapó ni repelió, la dejó muerta para Cavani, pero el uruguayo, con el portero monegasco encima, asistió a Draxler y éste, a puerta vacía, marcó.
Poco después llegaría el segundo, obra de Cavani, a pase de Di María, un soberbio taconazo que llevó la euforia a las gradas del Parque de los Príncipes.
El PSG pasó a gustarse y levantó el pie. El Mónaco lo agradeció, porque se pudo haber ido al descanso con tres, cuatro o hasta cinco goles en contra.
Ya habría tiempo para eso. Tras el descanso, el Mónaco volvió a ser un equipo firme, reordenado, pero le duró el orden seis minutos.
Los que tardó Mabaé en marcarse un gol en propia, en una acción tan desafortunada como desmoralizadora. El PSG se adueñó del partido y nada más sacar de centro, cayó el cuarto.
Entró entonces Lucas Moura, quien buscó con ahinco su propio gol, pero sus compañeros no querían hacer sangre. Él sí.
No lo logró. Fue Marquinhos, de rebote en el minuto noventa, pero el partido había terminado mucho antes. Cuando marcó Draxler, concretamente. O, si somos aún más críticos, cuando Jardim decidió que seis de los titulares fuesen chavales con dorsales por encima de la treintena.