Allá por 2006 se ponían los cimientos de la mejor España de la historia. La Francia de Zidane mandaba al traste a una incipiente generación que ya apuntaba maneras. Se iniciaba entonces una transición liderada por la personalidad de Luis Aragonés, cuya espalda ancha ante las demoledoras críticas soportaron el peso de un equipo que tocó el cielo con las manos dos años después.
Los Villa, Fabregas, iniesta, Ramos, Puyol, Xavi, Xabi Alonso, Torres, Casillas... lideraban un bloque nuevo. Por el camino, la leyenda de Raúl. Quizá fue la decisión que marcó el camino. Injusta o no, liberó a España de un 'algo' que le llevó a dominar Europa en Viena. Tras una agónica fase de clasificación, Luis Aragones continuó con su particular revolución con una convocatoria novedosa. Sin hacer mucho ruido, España se plantó en su techo de los cuartos de final. Y a partir de ahí, lo demás es historia escrita. Se apagó la maldición durante ocho años inolvidables.
Cambiaron el sino de un país acostumbrado a perder
Aquella tanda de penaltis ante la todopoderosa Italia, flamante campeona del mundo, marcó un antes y un después. Fue el inicio de una era que concluyó ayer. Ya sin Luis, coronando Europa con un fútbol que enamoró al mundo, España se plantó en Sudáfrica para romper con el mayor de los estigmas, ganar un Mundial. Algo impensable hasta entonces. Pero ese equipo tenía estrella y sólo faltaba bordarla en la camiseta.
Y se hizo... España estaba en la cima del mundo gracias a un gol de Iniesta en el eterno minuto 117. No había título que se le resistiera a una generación inigualable. Rachas de partidos sin perder, halagos de todos los rincones del mundo, respeto infinito. Y una nueva Eurocopa. Con dudas, con un empate ante Italia, sufrimiento ante Croacia. Y al final, esta España coronó su obra con la mayor exhibición que se recuerda en la final de una Eurocopa. Y ante Italia, archienemigo por excelencia. Ese 4-0 fue el cenit de un equipo para la historia.
Ni siquiera las derrotas en las Confederaciones quebraron la ilusión de un equipo que llegó a Brasil en 2014 para hacer lo que nadie había logrado hasta ahora. Pero la gasolina de esta generación no aguantó tanto. Holanda y Chile desarmaron los vestigios de lo que antaño fue una España irreductible. Y también fue un aviso. Para la Selección y para Del Bosque, que apostó por seguir hasta la Eurocopa.
Sólo faltó encontrar un final mejor
El conato de un cambio generacional (sin Villa, Torres, Xavi, Puyol o Xabi Alonso) metió al equipo en una transición de la que aparentó haber salido, pero en la que sigue atascada. Del Bosque nunca tuvo la personalidad de Luis Aragonés para dar el volantazo que requería la situación. Entre esas dudas llegó a Francia. Con una lista plagada de continuismo y sin excesivo riesgo. Con gotas de novedad, pero todas ellas con más sabor a relleno que a otra cosa.
Los espejismos de la República Checa y Turquía ocultaron lo que Croacia e Italia terminaron de desvelar. Que España necesita reinventarse, que debe dejar de vivir del pasado y apostar por la ilusión de los Koke o Lucas Vázquez. De los Thiago y de otros tantos que llaman a la puerta de la titularidad en un equipo que ya es leyenda, pero que mereció un final más digno. Quizás, ese sea el gran debe de Del Bosque al frente de la 'Roja'. No haberle brindado un final digno.
Y como todos los círculos. Se cierran donde empezaron. Si con Italia arrancó, con Italia terminó. Fue bonito mientras duro. Mucho.