Los partidos se terminan cuando lo dice Dzeko. No es la primera vez, ni será la última, que el oportunismo del bosnio decide la suerte final de un choque. Frosinone, Torino, Juventus o Empoli vivieron ese sinsabor el año pasado. El Bologna fue el primero de este año en probar ese veneno.
Así que todo acabó electrificado cuando al descanso llevaba más bien la etiqueta de aburrido. Todo ocurrió en la segunda mitad, aunque para compensar con creces las carencias anteriores.
El primero en ponerle la etiqueta negra al encuentro fue Kolarov. El lateral, a lo Messi, y casi rindiendo un homenaje a Mihajlovic en su propia casa, marcó un golazo de falta. Pero no un obús, como solía hacer el ahora técnico de los boloñeses, sino con una sutil caricia que reventó el marcador.
No obstante, poca alegría tuvo la Roma, que a los cinco minutos vio de nuevo la igualada en el electrónico. También ocurrió a balón parado. Nicola Sansone no desaprovechó el regalo de un penalti y volvió a meter a los suyos en el partido.
Pero quedaba lo mejor, ya en el minuto 94, con los de Fonseca volcados en busca del triunfo. La cabeza de Dzeko escribió el último renglón del partido, aunque le debe una comida a Lorenzo Pellegrini, quien le puso un centro perfecto para llevarse la gloria final.