El Liverpool jugó bien, marcó, se fue al descanso con ventaja, a punto estuvo de sentenciar el partido... Y entonces, se hundió. El Leeds empató, pudo remontar y la contienda acabó con los 'reds' acariciando el segundo tanto. Esto es, en resumen, lo que ocurrió este lunes en Elland Road.
Todo comenzó con un 'palito' de los 'whites' a los 'reds', por aquello de la Superliga. Y quizá por ello, quizá porque Klopp le ganó el planteamiento y en instensidad a su rival, el Leeds sudó con cada ataque del Liverpool.
Los dos iban sin careta, con fútbol directo. Sin complicaciones, pero esta batalla la ganó el Liverpool. Su elevada presión, combinada con un buen repliegue que no dejó huecos al Leeds, provocó un ataque tras otro sobre la meta de Meslier.
Solo a balón parado inquietó un poco el Leeds a Alisson, pero fueron ocasiones contadas. Estaban los 'reds' mucho mejor, y eso acabó por notarse en el marcador.
Eso sí, el gol no llegó hasta la media hora de partido, cuando Diogo Jota abrió a banda para Alexander-Arnold, y este regaló el gol a Sadio Mané para que marcara a placer, tras la salida desesperada de Meslier.
Fue la culminación de una táctica que había funcionado a las mil maravillas, y que no dio más frutos porque al Liverpool le falló mucho la puntería, aunque no tanto como a su rival.
Porque esto cambió radicalmente en la segunda parte. Un segundo periodo que arrancó sin cambios, ni siquiera en el planteamiento. Los 'reds' siguieron siendo mejores, pero el fuelle les duró diez minutos.
Vimos un hundimiento. Se desmoronó el equipo. No lograban dar dos pases seguidos y caían ante la presión del rival en cuanto esta se intensificaba. Habían saltado las alarmas en el banquillo visitante.
Estaba el Liverpool para cambiar a todo el equipo de golpe, pero la Premier ha vuelto a los tres cambios, recuerden. Como resultado, poco a poco el Leeds se hizo con el control absoluto del juego.
Y las ocasiones empezaron a llegar. Todo comenzó con una posible mano de Trent Alexander-Arnold que el VAR eligió no sancionar, y aquello acabó por meter el miedo en el cuerpo a los 'reds'.
Hélder Costa tuvo la primera clara, en el 60', a la que siguieron las de Harrison (parada descomunal de Alisson), el larguerazo de Bamford o una nueva parada de Alisson a Roberts. Todo en el lapso de apenas 15 minutos.
Solo respiró el Liverpool durante un minuto de horror que vivió Meslier en el 80'. Primero, regalando un balón a Salah, y luego con una salida criminal en un córner que él mismo se encargó de arreglar, sin saber muy bien cómo.
Pero en un córner, en el otro área, llegó el gol. Klich lo botó, al punto de penalti, y Diego Llorente, demasiado cómodo, saltó, agachó la cabeza, y remató el que sería el 1-1 definitivo.
Lo fue, eso sí, de milagro. Porque el Liverpool tuvo una más, la última, en el 92', cuando Firmino, completamente agotado, dio su último servicio de la noche al regalar un balón clarísimo a Oxlade-Chamberlain, pero este se durmió y cuando remató, ya estaba tapado, perdiendo la ocasión.
Al final, un justo y merecido empate a un gol que de poco sirve a un Leeds ya salvado, y al que solo una recta final perfecta, en todos los sentidos, le permitiría aspirar a Europa, y menos todavía a un Liverpool que se ve agotado y cada vez más lejos de la Champions.