Cuando uno ve a una estrella del fútbol mundial gastar dinero sin contemplaciones, vivir rodeado de polémica o de lujos ostentosos, pocos imaginan las historias que hay detrás de muchos de esos espejos que hoy día tiene la sociedad.
La misma sociedad que acorraló a Ribery por las cicatrices que celebraban su supervivencia a un aparatoso accidente de tráfico cuando apenas tenía dos años. Criado en un convento tras ser abandonado por sus padres biológicos, el francés sufrió una infancia complicada.
Su aspecto fue motivo de burla y ensañamiento por parte de compañeros y amigos. Le llamaban 'Frankenstein' para meterse con él. El colegio fue un infierno para un pequeñín que descubrió la felicidad con un balón en los pies. Nada le afectaba, jugar al fútbol se había convertido en el salvavidas perfecto para el infierno que le rodeaba.
"De pequeño se burlaban de mí y me escondía a llorar en un rincón. Pero eso me ha ayudado en la vida. He sufrido por esta cicatriz, pero eso me ha hecho más fuerte. Si no eres fuerte en tu cabeza, eres hombre muerto. Era importante para mí hacerlo todo solo y eso me ha hecho más fuerte", explicó en una entrevista el jugador del Bayern.
Reconoció que no se operaría las cicatrices para mejorar su estética. Estas formaban parte de su vida, marcaban el sufrimiento que pasó hasta llegar donde está. Trabajó como albañil para juntar algo de dinero mientras se abría camino en el salvaje mundo del fútbol.
Fue avanzando, dejando a un lado los ladrillos y centrándose en un deporte en el que no terminaba de romper. Hasta que llegó a Turquía. El Galatasaray confió en el emergente talento francés del que algunos ya habían hablado. A partir de ahí, su ascensión fue meteórica: Marsella, un brillante Mundial de Alemania y aterrizaje en el Bayern.
Desde 2006, siempre estuvo en la élite. Llegó a merecer algún Balón de Oro por el camino incluso. Y todos los éxitos llegaron con su mujer al lado. Le ayudó a calmarse tras una turbulenta juventud y le llevó por el camino de la religión musulmana (Ribery llegó a cambiar de nombre al convertirse al Islam: Bilal Yusuf Mohammed).
Juntos, enderezaron el camino de aquel niño del que todos se reían y al que todos acabaron adorando. Justo cuando dejaron de ver las cicatrices de 'Frankenstein' para alabar al futbolista que maravilló con su talento a Europa y el Mundo.
La de Ribery es una historia de superación, que invita a repensar la crueldad infantil que sufren tantos y tantos niños. Un ejemplo para todos los que viven atemorizados por el bullying. Y una demostración de que el fútbol, a veces, es una terapia para muchos de los males de esta sociedad.