No es fácil explicar este Bayern-Madrid. Se midieron dos equipos de excelente nivel, con futbolistas de máxima élite; dos equipos a los que respalda tradición, masa social e historia. Dos gigantes de Europa, en suma. ¿Ganó quien más lo mereció, quien más lo quiso, el que más lo intentó? Seguramente, ganó quien más salió del guion.
El partido resultó ser como anunciaban los onces: de un lado, un Bayern con un generador, dos extremos y dos atacantes; del otro, la versión contemporizadora del Madrid, la del campo poblado de centrocampistas. El partido se lo llevaron los de Zidane por la aparición de futbolistas que saben improvisar, actores que no entienden de esquemas, libretos o planes. Verdaderos versos sueltos, integrados en el conjunto pero que van a su aire, que se mueven por aquí y por allá, que la tocan y se van, que picotean y desaparecen. Marcelo representa mejor que nadie esa estirpe. Y no hay cadenas para Asensio cuando se pone al galope.
Se esperaba al Bayern personificando una lluvia de balones sobre el área del Madrid y el diluvio existió. Al agua le faltaron rayos y truenos. El conjunto alemán fue quien hilvanó más jugadas, quien le puso más empeño e hizo sudar más al contrario. Pero el fútbol, sobre todo la Champions, no va de merecimientos. Va del que la mete. No hay equipo más experto en esto último que el Madrid.
El Madrid ha hecho de la mejor competición del mundo algo prosaico. El equipo de Zidane le ha arrebatado lírica a la Champions. Apretó el PSG en el Bernabéu y acabó hincando el pico. La Juventus hizo temblar los cimientos de Concha Espina y besó la lona. El 1-2 en el Allianz Arena, después de una notable puesta en escena del Bayern, va en esa misma línea. No deja espacio a la heroica ajena.
Kimmich golpeó primero
Pasaron muchas cosas en el inicio: ocasión de Müller a los 30 segundos, posible mano, una contra de Kroos, un empellón de Boateng a Isco y una lesión de Robben. Entró Thiago y el Bayern ganó serenidad. Completó media hora de bloque con poso y juego, y contó con su artista James, quien vio un socavón en el carril izquierdo del Madrid y permitió a Kimmich abrir la veda.
Un gol que señaló por su falta de atanción a Marcelo, el Marcelo que poco antes del descanso, en el pico del área rival, como si de un delantero se tratase, se sacó de la manga una volea en una jugada aparentemente inocente que acabó en gol. "El Madrid te hace gol en media ocasión", avisó Xabi Alonso en la previa. No podía tener más razón. No es que el Madrid acosara al Bayern, aunque había mejorado su fluidez. Empató porque Marcelo, al que nadie esperaba, apareció por allí.
El Bayern rozó el empate en un arrebato de carácter y en varias jugadas a balón parado, pero ni Lewandowski (horrendo papel el suyo) ni Müller estuvieron atinados.
Lo quiso Ribéry, lo ganó el Madrid
El Bayern, capitaneado por el francés tras el descanso, consiguió que el Madrid diera un paso atrás. El recurso del balón al segundo palo que tan bien le funcionó a la Juventus volvió a ser utilizado por otro rival. Ramos y Varane fueron dos titanes.
El bloque bávaro, al mismo tiempo, se pegó un tiro en el pie. De una jugada que podía ser la del 2-1 llegó el 1-2. A Rafinha le llegó un córner despejado, se hizo un nudo en los pies, robó Asensio, continuó Lucas y Asensio definió con clase tras una carrera de 50 metros. Pim, pam, pum. Un gol casi salido de la nada, un gol no fabricado, no escrito. Un gol al que le puso firma un futbolista, Asensio, al que se le aprecian las costuras con libertad.
Sin Carvajal, lesionado, pero Benzema, el Madrid pudo hacer el tercero con un Bayern grogui, pero el francés estuvo fuera de foco. No emergió esta vez Cristiano, al tiempo que Lewandowski, incomprensiblemente, echó fuera un balón de seda puesto por Tolisso.
Ribéry no paró de percutir por la izquierda, pero hace más de 10 años que hace la misma jugada y tampoco tiene las piernas de entonces. Ingenio y capacidad de sorpresa derrocha este Madrid, que ganó con dos sopapos y que ni siquiera necesitó mucho más. Frecuentemente se explican así sus victorias: desde la ilógica y la sin razón. Porque sí. Como los versos sueltos.