Cuando un partido tiene 9 mintuos de añadido y no ha habido lesionados es que hubo de todo menos fútbol en los 90 reglamentarios. Cuatro en la primera mitad y cinco en la segunda, muestra clara del tono que tuvo el partido.
Muchas faltas y un árbitro con un criterio variable nos ponen en situación rápido. Juego duro y poco fútbol. Así fue todo el encuentro. No se cortaron a la hora de dar patadas ni los griegos ni los bosnios.
Sin embargo, el motivo del descuentazo de la primera mitad fue otro: el gol de Bosnia, o más bien su celebración. Falta directa botada por Pjanic que rebota en el poste y se lo mete en propia Karnezis.
El de la Juve corrió a la esquina de las gradas donde estaban sus compatriotas y empezaron a encenderse las bengalas y a lanzarse petardos.
El partido no se reanudó hasta que volvió la paz al estadio del Olympiakos. Y fue como si nada hubiera ocurrido. Bosnia fue mejor en términos generales, pero ambas selecciones tuvieron sus periodos de dominación.
De hecho, Grecia buscó el tanto del empate, pero no llegaba. Cuando se acercaba al área de Begovic se le acababan las ideas la mayoría de las veces.
En el minuto 80 ocurrió la jugada que definió el partido. Forcejeo de Dzeko con Papadopoulos que terminó, ojo al dato, con el central griego sin pantalones. Se desató una tangana multitudinaria y las tarjetas iban a volar. Tras casi cinco minutos de deliberación, el colegiado se cargó el partido.
Amarilla para Dzeko, la segunda, y a la calle; amarilla para Lulic, que pasaba por ahí, quizá por su participación en la pelea posterior, y roja directa para Papadopoulos, por alguna razón que nadie atina a comprender.
Bosnia estaba desquiciada y se encenrró en su área. Y cuando pasa eso, llegan los goles. Concretamente, Tzavellas, con un buen disparo seco desde la frontal ante el que nada pudo hacer Begovic.
Empate y reparto de puntos, mucho premio para una Grecia que nada hizo para merecerlo, pero quizá la justicia decidió castigar así a una Bosnia que tampoco merecía la victoria.