Estos días no busquen una foto de Messi sonriendo; no la encontrarán. Miren detenidamente cómo ríe el luso últimamente. Uno está desesperado, el otro desatado. Son los dos mejores del planeta, pero el escudo no pesa igual para uno que para otro.
Cristiano es siempre la portada en los periódicos de su país. Sus compañeros y su entrenador se encomiendan a él, la afición lusa confía en que les llevará a cotas altas, como ocurrió en la última Eurocopa. Y el madridista parece convertir toda esa energía en un trampolín hacia la gloria. Está muy comprometido con su país y eso le da alas.
También Messi siente esa devoción por Argentina. Pero allí el caldo de cultivo es bien diferente. El listón anda ahogando a todos: a los jugadores, a Sampaoli... y también a su astro. Demasiado peso en la mochila. Si cuesta leer una crítica a Cristiano en un medio, ya ni el barcelonista se libra de los palos mediáticos. De hecho, van a más a medida que sonroja más el despropósito albiceleste. Y él ya no sabe ni qué decir.
Cristiano Ronaldo suma cuatro goles y está con pie y medio en octavos de final. Messi, que no se estrenó aún, se tambalea sobre el precipicio. Lo que es facilidad ante puerta para se vuelve condena para el otro. Además, mientras uno ve cómo su equipo corre y se desvive para que él marque los goles, el otro baja los brazos esperando que su estrella haga el milagro de los panes, los peces y los goles.
El portugués rescató el empate contra España, fue el 'MVP' ante Marruecos. El argentino marró un penalti que se le convirtió en infierno, estuvo en paradero desconocido contra Croacia. Más allá de filias y fobias, lo cierto es que hay una distancia sideral a día de hoy en Rusia.
Podría decirse que Cristiano juega para su país y que Messi lo hace contra el suyo. Uno está impulsando al otro hacia su sexto Balón de Oro; el otro lo tiene amargado, sin saber dónde meterse cuando suena el himno que debería emocionarle.