El Real Madrid está a punto de atracar su transatlántico en la orilla del título liguero. Su octavo triunfo, para mantener el pleno en la nueva normalidad, fue otro día en la oficina. Ganó con la inercia del campeón, con esa sensación que está flotando en todos sus partidos de que doma a los rivales y a los astros. La autopsia al Alavés dejó el mismo informe que el de las anteriores víctimas.
Los partidos blancos empiezan a dibujarse con un papel de calco: sin brillo, pero con autoridad. Con flor si hace falta, como en el cabezazo de Joselu al larguero a los tres minutos. Con un penalti a favor, esta vez sin discusión ni polémica; y con un rival que tuvo sus momentos de plantar cara, pero que se topó con un Courtois que, cuando tiene que aparecer, lo hace vestido de gigante. Esta vez no hubo gol de Ramos, que lo vio en la grada, pero sí de Benzema. O es uno o es otro.
Existe un atracción cada vez mayor entre la Liga y el Madrid; la balanza por el triunfo entre los dos grandes está siendo ya sustituida por la calculadora. Convertido en una máquina más que fiable, el equipo de Zidane puede hacer ya sus cábalas; en cuestión de días puede estar levantando un título que habrá cocinado en gran medida por estos 24 puntos seguidos y la crisis de identidad del Barça.
El Alavés, pese a la chapa y pintura de un Muñiz que se plantó valiente en Valdebebas, fue otra rata más cautivada por Hamelín. De hecho, dio un buen sobresalto recién empezado el choque. En tres minutos quedaron claras dos cosas: que Lucas Vázquez no es lateral derecho y que los postes también son amigos de Courtois.
El Madrid, muy remozado entre lesiones, sanciones y descanso, sin Vinicius ni Hazard, no encontró un camino claro hacia el ataque. Pero esa es otra; Zidane está cambiando el equipo sensiblemente cada jornada y el resultado es el mismo; otro serio motivo para pensar en su conquista del título.
De todos modos, Mendy quiso protagonismo y lo encontró. Convirtió su zona de influencia en todo el campo desde una línea de fondo a otra y le dio la noche a Ximo Navarro. El francés, listo, forzó el penalti del lateral, inocente, que para colmo se iría lesionado poco después. Otro penalti por tercera jornada seguida, esta vez sin el aderezo de la polémica porque fue evidente.
No estaba Sergio Ramos, que sonreía desde la grada viendo a Benzema apostado frente al punto de penalti. En plena dictadura del sevillano, el francés demostró la misma convicción marcándolo y aprovechó su sanción para pasar a la historia como el autor del gol 500 en la'era Zidane'. Justicia poética, él mismo había marcado el primero.
Los blancos, para no perder el hábito en el fútbol pospandemia, canjearon por triunfo el hecho de volver a adelantarse en el marcador. Y no porque el Alavés no lo intentara, porque el 1-0 no les sacó del choque. Pero al músculo físico de los de Zidane le acompaña el emocional.
Antes de la sentencia, llegó la lesión de Gil Manzano. Aguantó vendado hasta el descanso, pero el tobillo dijo basta y el joven Héctor Rodríguez Carpallo afrontó el gran momento de su carrera arbitral. Lo hizo con aplomo, sin la contaminación de dirigir pensando en el VAR, pasando desapercibido. Sin embargo, a los cinco minutos de la reanudación su asistente le obligó a rectificar una importante decisión.
En una combinación eléctrica, Benzema y Asensio se plantaron solos en el área. El francés le regaló a placer el 2-0 al balear, que hasta entonces había estado muy discreto. Pero hubo bandera arriba y pitido arbitral anulándolo. Llegó el mensaje de Alberola Rojas, se trazaron unas líneas muy ajustadas y el gol subió al electrónico y bajó la guillotina del partido. Dos decisiones arbitrales y ambas sin dudas; al fin un triunfo sin el ruido de la polémica.
Muñiz empezó a plegar velas pensando en la verdad del próximo encuentro y retiró la dinamita de Lucas Vázquez y Joselu; entre el minuto 61 y 62, con las clásicas apariciones sobrias de Courtois, se apagó el ánimo del Alavés.
Roberto no dimitió y evitó el tercero, pero a falta de 20 minutos ya no había partido. Parece que ya casi tampoco hay Liga. El título ya no es cosa de dos, sino de cuándo.