El ruido que más se escuchó con diferencia en el Olímpico de Roma no fue ningún cántico. Tampoco ninguna celebración. Ni siquiera cargaron contra futbolistas o entrenador. El sonido de viento convertido en silbidos generalizados se impuso como castigo al mediocre partido romanista.
En el minuto 41, 'Papu' Gómez puso el 0-1. Era la consecuencia de la nefasta gestión de la posesión y de una transición defensiva indigna hasta de un equipo cadete.
Como un rato después, cuando era Maxi Moralez el que perdonaba un mano a mano contra De Sanctis después de que Kurtic ganara un salto a Nainggolan y dejara solo al delantero del Atalanta. El espectáculo de la Roma estaba siendo paupérrimo.
A la vuelta de vestuarios, la Roma quiso. Cambió la actitud, pero no el plan de juego. Merodeó pero no concluyó. Y ni mucho menos lo mereció. En el 83', el partido se pondría imposible en una jugadas de las trágicas: penalti, expulsión (Maicon) y gol (Germán Denis) encajado.
Poco después, en el 88' y el 90' respectivamente serían expulsados Stendardo y Grassi, ambos del Atalanta, sin que esto tuviera incidencia alguna en el resultado final, que estaba más sentenciado por el juego de la Roma que por los merecimientos del Atalanta.