Hay un fútbol geopolítico satélite al de verdad. Muchos se mofan de Francia, a la que consideran africana, por el predominante componente de jugadores coloniales. Tipos con doble nacionalidad a los que el país descartado echa de menos (o no). Y también se podría formar un equipo nuevo de otro que se disolvió.
Yugoslavia, mientras su estructura como país se mantuvo en pie, fue dominadora de los grandes deportes. La de Petrovic, elegante y demoledora en el mundo de la canasta; la de Savicevic o Stojkovic volviendo a la pelota que nos atañe. No sólo cayó un país, cayó la forma de entender el fútbol.
Por un día, se puede imaginar que vuelve a existir. Habría menos equipos europeos en el Mundial, pero también uno nodriza que sería favorito a grandes cosas.
Serbia y Croacia no estarían en Rusia. Aunque sí Eslovenia, Bosnia, Montenegro y Macedonia bajo la estrella roja de la bandera azul, blanca y roja.
Si el equipo al completo sería competitivo, el once ideal daría miedo. Con Oblak en la portería, amén de Vrsaljko, Lovren, Nastasic y Kolarov para completar la defensa.
La magia estaría en el centro del campo, repleto de calidad y experiencia: Matic, Modric, Pjanic y Rakitic permitirían a esa Yugoslavia virtual optar a monopolizar el balón.
Y, en punta, dos viejos lobos dispuestos a imantar el gol: Edin Dzeko y Mario Mandzukic.
Por suerte, muchos de ellos sí que están en Rusia y a algunos ya se les ha podido ver haciendo alguna de las suyas.