El United fue mejor en términos generales. Suyo fue el balón, y dominó al Basilea durante casi todo el encuentro. El Basilea se salvó muy pronto de encajar un gol, pues Akanji evitó sobre la línea de gol un tanto que hubiera sido fatal para sus aspiraciones europeas.
Pero no ocurrió, y aunque hubo ocasiones para ambos (13 tiros del Basilea por 14 del United, aunque a puerta fueron 6 y 4, respectivamente), las de los locales estuvieron más concentradas, por así decirlo.
Porque la primera parte sólo tuvo un color, el que puso el United. Los 'red devils', hoy de gris, dominaron a su rival, pero sin llegar a obtener el premio del gol.
Había un jugador que creía que ganar al todopoderoso equipo inglés era posible. Su nombre, Michael Lang. Incansable, cabalgó por su banda durante todo el partido, y en el minuto 66 tuvo la mejor del encuentro.
Un testarazo a la madera que privó a los suizos de un gol que algunos considerarían inmerecido, y razón no les faltaría. Porque hasta ese momento, el United hizo más que su rival para marcar.
Pero el fútbol es así. Tras el 'maderazo', el Basilea se rehizo. Empezó a jugar tan bien como el United, y a Mourinho se le empezó a hacer un nudo en el estómago.
Había sentado a Pogba, y en su lugar había metido a Matic. El cambio desequilibró un poco al equipo, y el Manchester United lo notó.
Parecía, sin embargo, que los 'red devils' se volverían a la isla con un punto, pero apareció Lang para negárselo, y convertir el suyo en tres. En el 89', sin tiempo para reaccionar, contragolpe del Basilea, pase de Petretta al otro palo y desde allá Lang, el que siempre creyó en la victoria, se la dio a los suyos.
La locura se instaló en las gradas de St. Jakob Park. No era para menos. Este inesperado triunfo permitía al Basilea depender de sí mismo para estar en octavos. Con el 'gol average' ganado al CSKA, bastará con igualar el resultado de los rusos en la última jornada.
Al United, ya clasificado, esta derrota sólo le dolió en el orgullo. Quizá el CSKA pague los platos rotos en la última jornada.