El fútbol es una bendita locura en ocasiones indescifrable. Para llegar al destino que había merecido, el Manchester City tuvo que dar varias vueltas de campana y encontrar un atajo inesperado. Mereció cenarse al Schalke 04 y tuvo que recibir la visita de las musas cuando más manchado de fango estaba. Fue un partido precioso, taquicárdico, lleno de jeroglíficos para ese 2-3 definitivo.
No es fácil hacer la autopsia al encuentro, que convirtió el VELTINS-Arena, a la vez, en una sala de baile, un ring y el recreo de un manicomio. La primera parte, que iba para goleada 'citizen', acabó con una remontada alemana desde los once metros. El pitido final se encaminaba al milagro local y terminó con una defunción exprés.
El orden de los factores no alteró la justicia, pero sí la retrasó. Porque este City fue a la vez el que maravilla en Champions y el que fue sometido en su eliminación ante el Liverpool la pasada edición. De haber tenido enfrente a un rival más ambicioso, la pupa habría sido difícil de recuperar en el Etihad.
La puesta en escena de los de Guardiola resultó impecable. Acumulando hombres arriba, mordiendo en la salida del balón, con movimientos fugaces entre líneas para tejer preciosas combinaciones. En siete minutos, Agüero ya había tenido tres.
Era cuestión de tiempo
Pep debió quedar muy orgulloso por cómo llegó el 0-1. Paralelamente, la mirada de Tedesco era la de un tipo desesperado y desquiciado. Fährmann, que había retrasado el 0-1, lo propició con un pase suicida a Sane en la salida. Silva, que está raro con pelo pero sigue siendo igual de bueno, aprovechó el regalo y lo convirtió en otro para el 'Kun'.
La única sorpresa era cómo se había facturado el tanto. Porque menos de cinco minutos después, en el 24, ya podría haber sentenciado. El Schalke 04 no encontraba fútbol ni ánimo. Pero la suerte y la tecnología se aliaron con él.
Caligiuri, en un intento por probar, conectó un zurdazo. Otamendi, con el brazo separado, despejó la bola. ¿Lo sacaba o lo retiraba? Para eso está el VAR, porque Del Cerro Grande no lo vio. Pero su monitor a pie de campo se rompió, tuvo que dejar la decisión en manos de Hernández Hernández. Tres minutos después, con el patio revuelto, el canario bajó el pulgar.
Empató Bentaleb, que tiraba así un flotador a los suyos. Apenas un minuto después, la apisonadora del City ya funcionaba de nuevo sobre el césped. Pero llegó otro penalti, este incuestionable. Bentaleb, en su segundo gol en Champions, volvió a superar a Ederson. Una broma de mal gusto para el City.
Susto relativo
Era complicado pensar que el equipo inglés no reaccionara. De nuevo salió con actitud intachable, pero su puntería sí empezó a perder enteros. El reloj avanzaba, los nervios podían... y Otamendi lo pagó caro. Se llevó la segunda amarilla y cambió el titular del partido de susto a aviso serio.
Lo mejor que le pudo pasar a Guardiola fue la actitud cobarde del Schalke 04, que ni siquiera aprovechó que su rival exponía bastante en defensa. Ni una contra, ni una amenaza. Y claro, con el City absorbiendo la posesión, todo podía pasar.
Pero no ocurría. Hasta que Pep tiró de Sané. Volvía a su casa, los aficionados locales temblaban. Y llegó una falta en la frontal que dibujó una tremenda cara de concentración en el veloz extremo.
Fue una película de terror para el Schalke 04, pero una auténtica maravilla para el amante del fútbol. Su golpeo colocado subió como un cohete y bajó como un obús en apenas unos metros. Gol propio de un genio. Y con buen corazón, porque no lo celebró pese a todo lo que significaba. El respeto a unas raíces.
El City se conformaba con ese salvavidas a cinco para el final; el 2-2 dejó una parálisis en los locales. De ello se aprovecharon Ederson y Sterling. El primero, con un saque en largo que su compañero hizo bueno ganando la posición al despistado y blandito Oczipka.
La carrera de obstáculos durante toda la noche contó en la llegada a meta con la providencial ayuda de las musas. Quizá fue la magia de la Champions, la falta de hambre de los locales o la diosa justicia disfrazada de balón. Pero resultó extraño y hermoso a la vez.