Saltando a la carrera en busca del remate a un medido saque de esquina de Koke Resurrección, que colocó el balón en el lugar donde se acumulaban sus únicos cuatro compañeros en un área poblada por las camisetas oscuras que el Liverpool vistió esta noche en el Wanda Metropolitano, Saúl encontró un tesoro: un balón que nadie veía.
Había quedado el esférico sobre el césped, huérfano de delantero que lo rematara o de defensor que lo repeliera lejos del área defendida por el portero brasileño Alisson Becker. Y allí estaba Saúl, el más rápido para chutar y levantar de su asiento a toda la hinchada rojiblanca.
Una alegría inesperada para una afición que, voluntariosa como ninguna, se había sumado a un estado de ánimo muy diferente al pesimismo que rodeaba al conjunto rojiblanco desde la final de la Supercopa de España perdida y los cuatro partidos sin ganar que la siguieron. Ante la perspectiva de recibir a todo un campeón de Europa, invicto en su liga, la afición rojiblanca se levantó.
Lo hizo para llegar a las 19.00 horas a la Avenida Luis Aragonés y encender cientos de bengalas rojas y blancas para recibir al autobús del equipo, para cantar a una sola voz el himno colchonero y para recibir a los dos equipos levantando cartulinas para un mosaico coronado por un oso en actitud amenazante.
A ese esfuerzo de su afición recompensó Saúl con un gol que era el pasaporte para creer en que el Atlético podía hacer frente al conjunto más temido del Viejo Continente. El tanto de un jugador con el que se identifica sobremanera su hinchada, aunque no esté en su mejor temporada, haciendo demasiadas veces de comodín entre el centro del campo y el lateral izquierdo.
Y un gol de especialista en una competición, la Champions, donde ha marcado diez en 51 partidos -palabras mayores para un pivote de 25 años-, varios tremendamente decisivos para su equipo.
En la retina de los atléticos está su eslalon en el Vicente Calderón entre los medios y defensores del Bayern Múnich alemán que supuso el 1-0 en la ida de la semifinal de 2016 y un pie en la final de Milán; pero también el tanto que abrió el marcador en la vuelta de los cuartos del año siguiente ante el Leicester inglés (1-1).
También marcó en la amarga vuelta de las semifinales de ese curso, perdidas contra el Real Madrid tras un 3-0 en la ida del Santiago Bernabéu, pero en las que la despedida europea del Vicente Calderón se abrió con un gol del ilicitano bajo un aguacero, para una victoria final 2-1, tan improductiva como romántica.
Para el Atlético, gol de Saúl en Champions es, casi siempre, sinónimo de victoria. Sus diez tantos en la máxima competición continental han supuesto ocho victorias, y dos empates. Un talismán que apareció en el momento más necesario para el Atlético.
Un conjunto rojiblanco que, pese al gol tempranero no dejó de sufrir, en rachas de dominio demoledor del Liverpool, pero tampoco paró de amenazar, con al menos dos ocasiones claras de Álvaro Morata, otra del francés Thomas Lemar que pudieron engrosar la cuenta. Ninguno de ellos acertó. Solo Saúl, que volvió a encontrar un tesoro.