Esta que empieza es temporada de Mundial, el de Rusia 2018, y como cada temporada que precede a una cita mundialista, Eurocopa o Copa América, los jugadores internacionales ven reducidas sus vacaciones al mínimo.
La carga competitiva de los jugadores de los grandes equipos es altísima, la exigencia tanto en los campeonatos nacionales como en competiciones internacional es cada vez mayor y el descanso de los futbolistas es, a todas luces, insuficiente.
Hace un par de años, el inglés Sterling decidió no participar en las eliminatorias de clasificación para la Eurocopa 2016 por sentirse cansado. Fue duramente criticado por su falta de compromiso. Frank Lampard salió en defensa del joven extremo inglés, consciente tras 20 años como profesional, que la exigencia física y mental del fútbol profesional hoy en día está muy cerca del límite soportable.
El que fuera durante 13 años médico del Schalke 04, Thorsten Rarreck, recomendó hace algún tiempo adoptar medidas encaminadas a mejorar la capacidad regenerativa de los jugadores.
El alemán propuso reducir el tiempo de juego de los partidos o dividir un encuentro en tres tiempos en lugar de dos. Otra posibilidad, según Rarreck, sería aumentar el número permitido de sustituciones a 5 ó 6.
El juego es, cada vez, más veloz y más intenso. Los jugadores recorren 3 y 4 kilómetros más por partido que hace 15 años y se juegan 10 partidos más por temporada.
Es lógico pensar que si aumenta la distancia total recorrida y el número de partidos, también lo haga el número de lesiones. Pero no es tan sencillo. La realidad es que el número total de lesiones no ha aumentado significativamente desde 2001.
Sin embargo, si atendemos al tipo de lesiones, sí se observa un cambio de tendencia. Se han reducido considerablemente los esguinces de tobillos o lesiones traumáticas, pero han aumentado las roturas fibrilares y lesiones por sobre uso.
Esto se debe al avance de la tecnología y de la medicina en cuanto a prevención y, sobretodo, recuperación de lesiones.
Los mejores clubes de Europa han recurrido a la tecnología portátil como un medio para medir la carga de entrenamiento. Esos chalecos que llevan los jugadores cuando entrenan tienen sensores que pueden realizar un seguimiento de casi todas las métricas de rendimiento que se puedan imaginar: ritmo cardíaco, distancia recorrida, número y duración de la sprints y una larguísima lista de parámetros.
Pero, hasta que los clubes no faciliten y hagan públicos dichos datos y estén disponibles para la investigación y los indicadores pertinentes se identifiquen, la línea entre lo que es físicamente posible y lo que es saludable seguirá siendo una incógnita.
Se suele decir que el deporte de élite no es sinónimo de salud, más bien lo contrario, y desde luego el fútbol por si mismo no va a reducir la velocidad ni la intensidad de juego. ¿Podrán los futbolistas mantener este nivel de intensidad durante mucho tiempo?