Despropósito blanco en un partido que si ya era raro de por sí, no tardó Zidane en convertirlo en una especie de experimento a puerta cerrada. El técnico francés, que durante la semana había dado un toque de atención al equipo por los goles recibidos, desprotegió a los suyos en defensa con un once inédito de cuatro delanteros.
La aventura acabó como el rosario de la aurora. El desastre que supone el empate pudo ser aún peor, cuando Moulin hizo explotar bengalas imaginarias anotando el 3-2 a pocos minutos para el final. El partido fue la montaña rusa que quiso el Madrid, pensando que, como en la ida, le bastaría con la sobredosis de pólvora para apabullar a los polacos.
Zidane, bien por miedo al qué dirán, bien por probar, alineó a Morata junto a la 'BBC'. El díscolo Kovacic y Kroos tendrían que lidiar con un equipo en el que cuatro de sus jugadores no prestarían mucha ayuda defensiva. Y la cosa arrancó bien, porque Bale firmaba el gol de la jornada al primer minuto de partido.
Volea a la escuadra y aviso de una goleada que pintaba histórica. El Real Madrid llegaba con facilidad pasmosa al área, aunque tardó en encontrar el camino del segundo. Asistencia del galés y golito de Benzema, que se reivindicaba así el día que Morata se ganaba su puesto en el once.
0-2, Bale 'on fire', Morata en el campo, Cristiano sin marcar... Las señales de goleada eran cada vez más fuertes, y la relajación cada vez más patente. Así, el Legia dio pasos hacia delante, como en el Bernabéu. A pecho descubierto, sin miedo a encajar, como si el premio no fuera ganar, sino marcarle al Madrid.
La verbena defensiva
Fue entonces cuando Odjidja se paseó por la frontal como si fuera en bata por su casa y sacó un zurdazo que se coló por la mismísima escuadra. Primer aviso. 10 partidos seguidos encajando son una clara alerta de algo.
El 1-2 no resultó suficiente amenaza para que los blancos reaccionaran. Siguieron jugando a la ruleta rusa. Disparando sin acierto, acumulando ocasiones y permitiendo otras pocas. Y la campana volvió a sonar. Internada de Radovic desde la izquierda y con un punterazo poco ortodoxo batió a un Keylor Navas que vivió tardes mejores.
Media hora por delante y la sorpresa era evidente. El Madrid amenazaba con pegar un petardazo en Europa, con el Borussia Dortmund cumpliendo su parte en el otro partido del grupo.
Nadie se creía la mayor hasta que en otro despropósito defensivo, el enésimo de la tarde, Moulin se sacaba de la chistera un golpeo maravilloso para colocar el 3-2 en el marcador y llevar el delirio a los aledaños de un estadio tan gélido como la defensa del Real Madrid.
Zidane, descolocado, apostó por Lucas Vázquez, Asensio y Mariano. Pero esta vez, su ángel de la guarda no apareció. Kovacic empató por el simple peso del escudo en uno de los arreones de un Madrid en el que hasta Kroos fallaba los pases largos.
Se venía remontada, pero el balón de Lucas Vázquez se estampó en el larguero en la última jugada del partido. El pitido final retumbó en un estadio vacío, como sin alma. La misma que le faltó a un Madrid que se complica inexplicablemente la primera posición de su grupo tras un partido para olvidar. Europa no se puede tomar a la ligera...