No era fácil ser Santiago Solari minutos antes del choque del Villamarín. Se hablaba, con dudas lógicas de su once revolucionario. Aunque las bajas le empujaban a buscar movimientos poco habituales, algunas de sus decisiones fueron ajenas a ello. El riesgo fue canjeado por tres puntos vitales.
No era culpa del entrenador tener en la enfermería a pesos pesados como Bale, Courtois, Kroos, Asensio, Llorente o Mariano , entre otros. Sin embargo, la determinación de no alinear a Marcelo ni a Isco sí fue de cosecha propia.
Junto a Fede Valverde con Modric, apostó por Reguilón en una novedosa posición adelantada, varió el dibujo táctico para jugar con tres defensas y no le tembló el pulso para poner a Vinicius de titular medio griposo, a pesar de disponer de otras opciones más naturales.
De paso, dejó claro que no le tiembla el pulso el sentar a Isco. Es uno de los niños mimados de la grada, pero está dejando claro su mensaje de que es él quien manda y que no ve al malagueño para competir desde el inicio, pese a su gran calidad.
No solo eso. Benzema se le lesionó al filo del descanso. Lejos de apostar por alquien más contrastado, le dio la alternativa a Cristo. El choque, 0-1, no estaba ni mucho menos cerrado.
Tampoco acabó tirando luego de Isco, al contrario. Dio minutos a Brahim y Ceballos, con el añadido de que el sevillano fue quien decidió el triunfo lindando el final, merced a un buen lanzamiento de falta. Hasta eso le salió bien.
El Real Madrid fue de más a menos y, en conjunto, no fue un encuentro. Incluso llegó a peligrar el partido tras el empate de Sergio Canales. Pero cayeron los tres puntos para salir reforzado. De haber perdido o empataado, las críticas se hubiera acumulado en torno a su figura.
Sus decisiones le han costado más de una crítica en función de las filias y fobias de los aficionados, pero nadie puede negarle su valentía en Sevilla.