Fue Firmino, con un ojo a la virulé, el que se hizo gigante para resolver un partido que parecía abocado al empate. Y no precisamente por las obras de unos y otros, pues el Liverpool lo buscó y mereció más. Una pérdida de Salah acabó en gol de Mbappé. Una pérdida de Mbappé, instantes después, terminó en golazo de Firmino. Un cíclope le robó toda ilusión al PSG, al que dejó devastado y arrasado, sin victoria, ni puntos, no orgullo. Ni el larguísimo dedo de Vertonghen pudo con Firmino.
El PSG se ratificó una vez más como un equipo amorfo, sin sello ni continuidad. Tiene Tuchel trabajo por delante si quiere que su equipo sea aspirante a la Champions. Debe ser candidato porque posee futbolistas de entidad, a un mago como Neymar y un pequeño proyecto de leyenda llamado de Mbappé. Mismo problema que el que golpeó a Unai Emery: las piezas existen, pero hasta los muebles de Ikea necesitan quien los monte.
Ese problema hace tiempo que se lo quitó de encima Klopp en Anfield. Si Los Beatles todavía cantaran, le habría disputado el micro a McCartney y Lennon. Este Liverpool supera a aquel incunable de Dortmund, y eso que levantó más títulos en Alemania. El Liverpool firmó un partido de equipo grande frente al supuestamente grande, por proyecto, expectativas y fichajes. Anfield añade otra noche gloriosa a su colección de mitos.
Sin Firmino, sustituido por un punzante Sturridge hasta el 70, el Liverpool se apropió con el balón y mandó. Logro de Klopp, hasta ahora reconocido y ensalzado por su venenoso contragolpe. Ha conseguido que este Liverpool gobierne la pelota y los ritmos. Y eso sin contar con un súper clase en la medular, una medular que no existía en el bando parisino. Sin la brújula Verratti, el PSG se encomendó a cascabeles como Di María y Rabiot. Se obvia a Marquinhos, nulo en la construcción, destruido por Firmino en el añadido.
El primer tiempo fue de color 'red', aunque le costó entrar en calor al Liverpool. Salah pudo hacer un gol olímpico y Alisson casi le regala un tanto a Cavani tras repeler un disparo de Neymar. Llegaron los goles porque el Liverpool detectó que el PSG tiene un problema de coordinación, que no de músculo ni de altura. Cada balón al área suponía una tortura para Kimpembé y Thiago, metidos casi bajo el larguero de Aréola. A pocos centímetros del portero parisino encontró oro Sturridge, que remató un delicioso centro de Robertson.
La ley de Firmino
Al gol se le añadió poco después el incomprensible regalo de Bernat, que incrustó el pie en el tobillo de Wijnaldum. No falló Milner desde los once metros. Meunier, posiblemente el mejor del PSG, maquilló el resultado y la actuación de los suyos cazando un balón que no la zaga del Liverpool no supo despejar.
La versión menor de Salah no afectó al Liverpool, que siguió intentándolo, errático Neymar y anudado Mbappé. El egipcio bordeó el gol, le anularon otro por falta clara de Sturridge sobre Aréola, el inglés cazó varias al vuelo, Mané rozó el palo y el área del PSG no paró de sufrir fuego cruzado desde ambas bandas. Pasó que Salah, con el PSG embotellado en su área, perdió el balón en su campo y puso una alfombra a Neymar para que conectara con Mbappé. No falló el chico de oro.
Casi lloraba Salah, retirado del campo por Klopp para meter a Shaqiri. No hundió el gol al Liverpool, que incrementó el martilleo. Shaqiri forzó un córner y lo lanzó para que no rematara nadie. Mbappé, el héroe por un error de Salah, confirmó que no solo es humano, sino que es un chaval. No supo iniciar la contra, la perdió y Firmino hizo magia como un X-Men. Fabulosa noche en Anfield, noche negra para un PSG aún lejos de la grandeza. Grandeza que chorrea el Liverpool de Klopp.