Lo hacía desde pequeño. Sus familiares le pedían desde la banda que recurriera a él como solución para desatorar partidos difíciles. Así que para él era coser y cantar. Y con esa pasmosa facilidad lo exhibió en un marco incomparable: cuando todos los ojos del mundo miraban la final de la Copa Intercontinental de 1998.
Aquel no fue un gol más en su carrera. Ni para él ni para sus aficionados. Muchos de ellos, veinteañeros como él, tuvieron que escaparse de clase o del trabajo (la final era por la mañana en horario español) para presenciar el choque. Hubo quien se perdió un examen, quien fue castigado con falta de asistencia. Sin duda, les valió la pena. Vivieron un día legendario.
Fue un 1 de diciembre. A siete minutos para el final, brasileños y madridistas igualaban a un tanto. Seedorf vio el desmarque en largo del delantero de 21 años y ahí fue cuando se paró el mundo.
La 'pinchó' Raúl y ahí decidió su 'aguanís'. Previo recorte a Vítor, aquel ex lateral blanco, para luego desembarazarse del portero, Carlos Germano, y otro defensa que acudía a la desesperada.
Mientras definía con la derecha para dar el título al Madrid, los aficionados se llevaban las manos a la cabeza. En el campo y frente al televisor.
Porque a pesar de ser una jugada que dominaba a la perfección, atreverse a hacerla en una final, y en un momento tan tenso del encuentro, le definían como el genio que era el '7' madridista.
De los más de 300 goles que consiguió vestido de blanco, aquel es el que más se le celebra siempre. Van pasando los años y, lejos de quedarse en el olvido, ese 'aguanís' va madurando como buen vino.