El Racing agoniza y el Albacete respira. Los manchegos salieron triunfantes de su duelo en El Sardinero. Su argumento ganador tiene nombre y apellido: Álvaro Jiménez. Entró en escena cuando más le necesitaban para domar de un zapatazo desde la frontal a un luchador rival.
De ser este partido un combate de boxeo, empezó con dos golpes directos. El primero fue de los locales, que dominaron los primeros compases. El segundo fue de sus rivales, que reaccionaron bien yendo a por el gol. Lo que parecía el preludio de una batalla igualada se desequilibró rápidamente por la expulsión de Nkaka.
El centrocampista vio dos amarillas en dos minutos. Derribó a Dani Ojeda de forma demasiado brusca y, poco después, Zozulya le robó la cartera, así que le paró en seco agarrándole. El árbitro no tuvo opción. En superioridad numérica, los manchegos se vinieron muy arriba.
Y habrían rentabilizado su periodo de control con un gol de no ser por el fallo de Pedro Sánchez desde los once metros. Quizá fue justicia poética: Figueras pisó levemente a Zozulya en el área y este se dejó caer. Para el colegiado, fue suficiente para pitar un penalti que acabó desperdiciado. Como guinda, en una contra relámpago, Borja Galán adelantó a los suyos justo antes del descanso.
No duró demasiado la alegría, pues Manu Fuster, uno de los revulsivos de Alcaraz, puso las tablas al poco de rodar la bola de nuevo. Pero el Racing no echó los brazos abajo y jugó bien sus cartas desde entonces: su mazo se basaba en defenderse bien y hacer daño a la contra.
El contexto era propicio para los de Oltra: podía pasar de todo y, cuando más alocado estuviera el duelo, más posibilidades tendrían. Entonces, apareció Álvaro Jiménez con un latigazo desde la frontal que rompió la fe de Santander. Los cántabros no se repusieron del tanto en lo que quedaba y, de hecho, cerca estuvieron de encajar otro.