Divide y vencerás

BeSoccer hace 4 años 396
La Unión Soviética y Yugoslavia disputaron la primera final de la Eurocopa. UEFA/Archivo

Es una de las máximas del arte de la guerra, pero también se aplica al fútbol. Y lo vemos en los resultados que cosecharon selecciones como la URSS y Yugoslavia, en comparación con la miríada de países que de ambos países surgieron.

El fútbol al otro lado del Telón de Acero no era un negocio, ni un espectáculo. Tenía una función social clara, pero no por ello fue descuidado. De hecho, tanto la Unión Soviética como Yugoslavia fueron potencias de este deporte, sobre todo a nivel amateur. Y hoy, salvo honrosas excepciones, nada de nada.

A comienzos de los años 90 cayó el Muro y el comunismo desapareció. Occidente había ganado la Guerra Fría, y tanto la Unión Soviética como Yugoslavia se disgregaron en un buen puñado de países.

Sus separaciones nada tuvieron que ver la una con la otra. La de la URSS fue relativamente pacífica (obviando el intento de golpe de estado contra Mijail Gorbachov de 1991), mientras que la de Yugoslavia fue una cruenta guerra civil que a día de hoy sigue coleando.

Pero si algo tienen en común es que ni la mejor selección nacida de las cenizas de estos gigantes se atreve a hacerles sombra. Ni siquiera Croacia, finalista del Mundial de Rusia.

Porque tanto la URSS como Yugoslavia fueron dos de las dominadoras del fútbol de selecciones de mediados del Siglo XX, sobre todo en el ámbito amateur. Es decir, en los Juegos Olímpicos, donde hasta hace bien poco no podían competir futbolistas profesionales (lo que hizo, por ejemplo, que el Reino Unido no disputase el torneo olímpico de fútbol).

La URSS ganó la primera Eurocopa que se disputó, precisamente a Yugoslavia, y alcanzó tres finales más, además de ser semifinalista en el Mundial de Inglaterra de 1966. Ganó, además, dos oros olímpicos y tres bronces.

Pero llegó el año 1991 y la Unión estalló en un puñado interminable de países. Y ni siquiera la todopoderosa Rusia, motor de la selección soviética, ha podido acercarse al nivel mostrado por su predecesora.

Ucrania, la segunda mayor potencia futbolística de la antigua Unión Soviética, solo ha jugado un Mundial desde 1991, el de Alemania 2006, en el que alcanzó los cuartos.

Rusia, por su parte, ha jugado cuatro. Y en ninguno, salvo el de 2018 y porque era anfitriona esta última, hizo un papel destacable. En su Mundial llegó a cuartos, y cayó ante la subcampeona. Las tres anteriores veces cayó en la fase de grupos.

En Eurocopas, ninguna de las dos ha pasado nunca de la fase de grupos, salvo en Austria-Suiza 2008, cuando Rusia logró un meritorio tercer puesto que nadie esperaba.

La situación en los Balcanes es similar. Finalista en la Eurocopa de 1960, semifinalista en la de 1972 y del Mundial de 1962, brilló, como casi todas las selecciones de Europa del Este, en los Juegos Olímpicos. Ganó el oro en 1960.

La antigua Yugoslavia cuenta, además, con un sorprendente campeón de la Copa de Europa, el Estrella Roja, en 1991, 27 días antes de que la declaración de independencia de Eslovenia prendiera la mecha de la Guerra de los Balcanes.

Desde entonces, que te toque un equipo serbio o croata en la Champions es visto como un mal mal menor, no como el terror que era que eso ocurriera hace treinta años.

A nivel de selecciones pasa algo parecido como con la URSS, solo que el papel de Rusia lo hace la Ucrania de Yugoslavia, Croacia. El combinado ajedrezado ha logrado alcanzar un nivel al que Serbia solo puede soñar en llegar en estos momentos.

Pero la gloria se resiste a llegar, pese a que en Rusia 2018 la tocó con la yema de los dedos. El sentimiento de que no se volverán a ver en otra igual ensombrece el logro croata.

Por ello es tan tentador imaginar qué onces imparables podrían formar estos países si volvieran a unirse, una idea imposible que el fútbol resucita de cuando en cuando.

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