Uruguay, ese país que es una gran cancha sobre la que se edificios, alcanza su fervor en citas como un Mundial. Desde niños a mayores, la pasión celeste alcanza cotas inimaginables. Y el técnico, el que más ejemplo tenía que dar, lo hizo.
Desde hace días, es usual la estampa mundialista de Tabárez andando apoyado sobre sus muletas. La edad y su pasado futbolero, lleno de heridas de guerra, le pueden cada vez más. Pero no le restan un ápice de amor a la profesión.
Ante Egipto, en el arranque de su cuarto mundial, sus dolores óseos no le impideron vivir el partido con el calor al que acostumbra. Dolorido y a velocidad controlada, pero se levantó cada vez que hubo que dar órdenes.
Sin embargo, el paradigma de su compromiso y fuerza de flaqueza llegó con el milagroso y extemporáneo tanto de Giménez: el cabezazo le hizo olvidar todo, se levantó de un respingo, sin necesidad de usar sus apoyos, y fue un uruguayo más festejando a lo loco. "Uruguay, va", se pudo leer en sus labios.
Y así será mientras Uruguay continúe con vida en la competición. A ver quién es el aficionado que deja de aplaudir o el futbolista que para de correr con un ejemplo tan grande como el de su seleccionador.