Un 16 de julio, pero de 1950, hace la friolera ya de 70 años, a Brasil se le partió el corazón. Se disputaba la final del Mundial, el primero disputado en el gigante sudamericano, pero la 'Canarinha' naufragó ante la siempre combativa Uruguay, contra todo pronóstico.
El estadio de Maracaná, un icono para la historia del fútbol se levantó en Brasil para albergar el partido decisivo del primer Mundial que se jugó después de la Segunda Guerra Mundial.
Con 464.650 toneladas de cemento, se construyó un templo que pasaría a formar parte de los libros cuando se produjo la desilusión de la 'Canarinha' hace ya 70 años. Quiso bordar su primera estrella en el pecho, pero le quedó una cicatriz que aún hoy en día es visible.
La Selección de Brasil alcanzó la ansiada final con unas estadísticas abrumadoras sobre el terreno de juego. A base de goleadas, el combinado brasileño se metió en la pelea por el máximo título del deporte rey ante una Uruguay que que venía con la etiqueta de invencible.
Con miles de gargantas atronando en Maracaná, los técnicos dieron las últimas órdenes antes de saltar a un césped que helaba la sangre entre los nervios y el estruendo de las gradas.
En los jugadores de Uruguay se palpaba la tensión y el temor hasta que el estratega Obdulio Varela se levantó para animar a los suyos con una arenga que pasaría a la historia: "Hay doscientos mil gritando allá arriba, pero son de palo. Abajo solo hay once, como nosotros. No miren arriba ni a los lados, miren solo al frente".
En el horizonte se encontraba una Copa del Mundo que los uruguayos consiguieron alzar tras un increíble partido de Ghiggia, que fue el comedero de cabeza de una Brasil que no supo desconectar su enchufe. Con un gol y una asistencia, Maracaná enmudeció, Brasil se quedó sin su Mundial y Uruguay celebró como jamás lo había hecho.