Bajo la atenta amenaza de los francotiradores, que aguardaban por si a la 'Albiceleste' le daba por perpetrar un ridículo legendario, el equipo de Scaloni demostró que querer es poder. Y que poder es querer. Quiso con el tanto de Lautaro, pudo con el del Kun. Y convirtió el partido ante Catar en un ilusionante trampolín.
Había mucho que perder, pero también que ganar. Porque dar el salto a cuartos de final también premiaba las maneras. Se lo tomó en serio el equipo argentino, que salió a por todas y no bajó el pistón hasta que no sentenció con el segundo.
No fue una exhibición para meter miedo a los demás clasificados, puesto que los dos numeritos previos parecen un rasero más real, o al menos con tanto peso como el de la última jornada, aunque sí para rearmarse y motivarse.
No necesitó al mejor Messi para vencer, eso es otro prisma positivo. Cierto es que el capitán, solidario y entregado, lanzó a los suyos en lugar de buscar más el lucimiento personal. Seguramente, una consecuencia de que Scaloni le rodeara de más pólvora y jugones para que no le frenara ese exceso de responsabilidad y dependencia.
La vida es más fácil con Lautaro y Agüero de escuderos. Messi pudo campar por más posiciones y, lo más importante, con opciones de pase cuando agarraba la bola. Los goleadores se beneficiaron de ello.
Se puso pronto de cara
Aunque fue un jugador catarí el que asistió al delantero del Inter para abrir la lata. Un horrible pase lo cazó Lautaro, que sació su hambre definiendo por bajo. El 0-1 a los cuatro minutos ya era el tercer disparo. Y servía de termómetro a las ganas albicelestes.
Alguna desconexión quedó en la primera mitad, pero el resultado nunca llegó a estar en duda, en honor a la verdad. De hecho, el pimpampún del Kun sin premio era lo que mantenía algo de esperanza en los invitados.
Argentina tenía en juego la clasificación y el escenario para revitalizarse. Y a fe que lo hizo. Al-Sheeb, especialmente evitado una volea del Kun, evitó que hubiera llegado antes el 0-2, y quién sabe si ello hubiera acabado en una goleada que habría metido a los de Scaloni más reamardos aún en las rondas a vida o muerte.
La porfía del delantero del City le dio el botín a ocho para el final. Demostró que no había bajado los brazos, su gran tren inferior y definición templada. Pero, previamente, conviene no olvidar que Dybala, que robó y le asistió, también sumó estrellas para su particular pelea en la 'Albiceleste'.
El destino quiere que sea Venezuela, una selección accesible para lo que le podía haber tocado, quien siga midiendo el crecimiento de los de Scaloni, que tiene en sus manos la moraleja y el guion para hacer que los suyos sean mejores: basta con rodear a Messi de jugadores que conviertan al equipo en un arsenal, no en la misión suicida de su mejor hombre.