El norte es más rico que el sur. Ese es, 'grosso modo', el motivo por el que, en Italia, hay pique entre las dos mitades del país. Al lector le bastará con consultar cualquier periódico para comprobar cómo este recurso geográfico se utiliza, constantemente, cuando salen a la luz nuevos datos económicos como la cifra de desempleo, la de turismo o la de la inflación. La fricción entre los de más abajo y los de más arriba encuentra su consecuencia en el fútbol, donde se ha asentado una de las idiosincrasias, a nivel de rivalidades, más curiosas de Europa y del mundo.
Hay otras naciones donde el orden del rifirrafe con el contrincante no obedece a un tajo tan concreto del territorio. En España, por ejemplo, se suele señalar al centro no ya del estado al completo, sino de cada región. No existe equipo andaluz que no sienta especial placer al batir al Sevilla. El Bierzo mira con recelo a León aunque, técnicamente, le pertenezca. Otras tensiones están más salpicadas. Londres, cuna de decenas de clubes, ha dado a luz a hasta ochos derbis de élite.
Las costas bañadas por el Tirreno legaron un terreno desigual en industria y en atención. Las ciudades septentrionales fueron congraciadas con más empresas, más protagonismo a la hora de sentar las bases de la potencia que se formaría tras la Unificación y, en general, más mimo. Reducir todo este proceso a un párrafo no es solo un imposible, sino una falta a la Historia, así que la idea principal que debe quedar es que lo meridional se vio perjudicado.
De ahí que, en los equipos de fútbol que más se arriman al mar Jónico, se respire más pasión que en el nexo con Europa. La espontaneidad y la excentricidad de Aurelio de Laurentiis al mando del Nápoles, las imperdibles ruedas de prensa de José Mourinho o la efervescencia de la afición de la Lazio contrastan con los trajes de la Juventus, la sobriedad de la Madonnina o el esmero con la moda de la Fiorentina.
Esto no quiere decir que el norte, por definición, no pueda ser sentimental y el sur, por encasillamiento, se prive de la elegancia. Es un asunto complejo y así lo son las rivalidades del 'Calcio', que, aunque se presenten a nivel local con derbis como el de Roma -entre la Roma y la Lazio- o el de Turín -entre el Torino y la Juventus-, dibuja una diferencia entre las sedes de más arriba y las de más abajo que marca el compás de la Serie A. Se tiene la sensación de que los más pegados al Valle d'Aosta siempre tienen las de ganar.
Por eso se celebra con tanta intensidad cada gesta de un conjunto meridional, porque supone un triunfo sobre lo establecido, sobre lo que se supone que tiene que pasar. De ahí que fuera tan crucial para la historia del Nápoles que su camino se cruzara con el de Diego Armando Maradona para derrotar a las corbatas. El barro vale más. Así, se comprende mejor la reacción de la cúpula 'azzurra' hacia el nombramiento de Luciano Spalletti como seleccionador. Se comprometió a tomarse un año sabático y no cumplió su palabra, el pie perfecto para que su exjefe no solo le lanzara una diatriba a él, sino al sistema. La connivencia con Turín dista mucho de las frías relaciones con la punta de la bota.
Conforme más se aleja uno del Viejo Continente y se baña en el Mediterráneo, más siente esa obligación por ser fiel, respetuoso y honesto. Se aborrece la hipocresía de los despachos, donde, aunque no se reconozca públicamente, la prensa ya ha deslizado que la Juventus pactó un sumiso silencio por su descalificación de la Conference League siempre que no haya trabas para acceder a la Champions de la temporada que viene. Entretanto, vía libre para pelear por la Lega sin quehaceres fuera de casa.
En el sur, no entienden por qué el norte no tiene decoro con este tipo de situaciones. Existen sus contradicciones, eso sí. De Laurentiis ha sido de los primeros en posicionarse en favor de la Superliga Europea, que parece un ensayo de perpetuación de los exitosos en el éxito y de los segundones en su segundo plano. Quizá sea una suerte de intento de reivindicación, un golpe sobre esas mesas que, durante tanto tiempo, les han negado a ciertos colores una silla.
Estos detalles, gestos y tacticismos son tan importantes en Italia que han llegado al reglamento de la Serie A. Si un jugador blasfema durante un partido, será castigado sin jugar el siguiente. Esto, para los septentrionales, no guarda demasiado sentido porque, para ellos, es habitual maldecir a Dios en un momento de rabia, enfado o tristeza. No se pretende herir el orgullo del Cielo. Los meridionales, en cambio, no comprenden que no se mantenga más salvedad a los sagrado. Si se nombra al Cielo, que sea por un 'Scudetto', por un estadio. Por un legado.
Esta idiosincrasia permea la élite y llega a las categorías inferiores. Coincidiendo con la gesta del Nápoles, el Lecce ganó el Campeonato Primavera, la Liga de Juveniles del 'Calcio', en otra proclama contra el señorío, esta en forma de coz -Lecce está en el tacón de la bota-. Las celebraciones de los muchachos hablaron por sí solas: euforia absoluta. Las de los hombres fueron en la misma línea y las calles acompañaron.
Casi todo lo que va de siglo a la sombra
Revisar el palmarés de la Serie A es dotar de aún más sentido al pique norte-sur. El norte prima. El norte manda. La Juventus, afincada en Turín; los ojitos derechos de la Madonnina, el Inter y el Milan; el Torino, que siente que es el verdadero histórico de su tierra, no el que viste de blanco y negro, y el Bologna colman los primeros puestos del 'ranking' de campeones con 34, 17, 16, 6 y 5 títulos, respectivamente y en el orden mencionado.
La Roma se asoma tímidamente por debajo con 3 entorchados, el último logrado en 2001, cuando comenzó una sequía con la que acabó el Nápoles el año pasado. Los del Diego Armando Maradona ya han igualado en honores a los del Olímpico y, a su estela, descansan la Fiorentina, con 2 celebraciones; la Lazio, con 2 también; el Cagliari, el Hellas Verona y la Sampdoria, los tres con tan solo una.
Los voraces septentrionales sonreirán con este dato: tan solo el 7.2% de los trofeos se les han escapado. Este siglo, tan solo ha habido dos campañas sin imponerse y las venideras no invitan a la ilusión de los meridionales. Hay muchos más candidatos arriba del mapa, donde la 'Vecchia Signora' debería competir por lo máximo ahora que no tiene impedimentos europeos en su calendario y los equipos de Milán han resurgido.
Las únicas esperanzas están depositadas en que Walter Mazzarri lleve a cabo una epopeya con el Nápoles o, al menos, siente la base para que el club vuelva a la pugna por lo máximo. O en que los directivos de la Roma confíen en José Mourinho a largo plazo y este, aupado por la pléyade de jóvenes promesas y hombres contrastados en la categoría que ha conseguido, plantee un asalto a la cima. Si no ocurre y, de hecho, aunque ocurra, Italia se verá condenada -o bendecida- a que el cisma en su mitad perdure por muchos años... y haga más aguerrida y morbosa la competencia por su trono.