¿Es posible que haya días en que, desde la Basílica de San Pedro, se pueda ver a un miembro de la Guardia Suiza haciéndole una entrada a destiempo a un médico del Hospital Pediátrico del Niño Jesús y viendo una tarjeta amarilla? No solo es posible, sino que ocurre cada año. La Santa Sede cuenta con su propia liga o torneo de fútbol: es el Campeonato de la Ciudad del Vaticano, una fantasía deportiva 'amateur' en el enclave de Dios en Roma.
Sus orígenes se remontan a los años 70. Varios integrantes de los muchos departamentos que integran el miniestado organizaron un encuentro amistoso y les gustó. El Papa y su séquito vieron con buenos ojos esta manera de modernizar la dinámica y el día a día de sus ciudadanos, así que siguieron adelante con el proyecto, que empezó a confeccionar sus plantillas con empleados y la salvedad de que se podía contar con alguien de cualquier club no profesional de Italia para que hiciera de portero. Así, bajo palos, se garantizaba un mínimo de calidad.
En la actualidad, la categoría está compuesta por siete equipos, pero sus canales formales son un desastre, así que hay que bregar entre fuentes externas, vídeos en las redes sociales, reportajes en prensa cristiana y demás huecos de internet para cosechar la suficiente información. Intentar revisar las jornadas en la página web de la Federación lleva a la nada y consultar datos como clasificaciones o fichas de partido se presenta casi imposible. Sí que se facilita la posibilidad de recibir una 'newsletter' por si hay novedades reseñables.
Es comprensible que estas vías estén desactualizadas, pues, al fin y al cabo, la Ciudad del Vaticano tiene asuntos más importantes que tratar y, al ser esta una competición 'amateur', no hay nada que obligue a sus organizadores a mantener una imagen impoluta y transparente. Si se traspapela el marcador de un encuentro, se tarda un par de semanas en actualizar un banco de fotos o el cartel de cierta previa se publica después de cuando debería, tampoco pasa nada. Forma parte de su pura esencia: el objetivo es pasarlo bien, no acercarse a la profesionalidad.
En la actualidad, el equipo de moda es la Rappresentativa OPBG, es decir, el conjunto que representa al Hospital Pediátrico del Niño Jesús. Este centro es uno de los motivos que han llevado a la Santa Sede a realizar gestiones fuera de su territorio, pues resulta que sus doctores son de tal calidad que se han unido al Sistema Nacional de Salud para apoyar a otros profesionales. Pero sus médicos no solo se cuelgan estetoscopios: llevan dos temporadas seguidas con el oro del Campeonato en sus vitrinas.
Este doblete habla bien de su capacidad para mantenerse en lo más alto de una tabla que ya dominaba antes de la pandemia del coronavirus. Su primer entorchado se celebró en 2018; el segundo, en 2019. Entonces, por el COVID-19, el torneo no se llevó a cabo ni en 2020 -se interrumpió- ni en 2021 -no se empezó-. Una vez de vuelta a los céspedes, sus camisetas se alzaron con la gloria en 2022 y en 2023, la edición más reciente.
Es curioso cómo estos éxitos, dependiendo de en qué año se produjeran, fueron de una naturaleza u otra. A la Rappresentativa siempre le ha tocado jugar en formato de once contra once cuando ha sido campeona, pero, entre 1993 y 2005, por ejemplo, los partidos se realizaron bajo un modelo de cinco contra cinco en dimensiones reducidas. Se optó por el ocho contra ocho en 2007 y 2008, además de en 2014 y 2016. En 2015 y 2017, tocó enfrentar a nueve contra nueve.
Que la forma de realizar los eventos haya sido así de fluida a lo largo del tiempo resta credibilidad a los resultados. Quién sabe si, en 2016, los responsables de los Museos Vaticanos no habrían perdido contra quienes se encargan de las telecomunicaciones vaticanas de haber habido once jugadores en cada parte del campo. ¿Y si, en otra campaña, un grupo de seguidores de San Pedro no hubiera explotado igual de bien esta condición frente a los empleados del Archivo Secreto? Este caos ordenado es parte de la gracia y permite que, si los organizadores prevén una temporada con varias ausencias, se pueda jugar de todos modos.
La multitud de departamentos que tejen la gestión del Vaticano permite, eso sí, una gran bolsa de potenciales jugadores. Lejos de lo que se pueda llegar a pensar, el Gobierno pontificio es complejo. Hay Jefe de Estado -el Papa-, Comisión Pontificia, Servicio Diplomático, Guardia Suiza, Tribunal Supremo, Sacro Colegio Cardenalicio, Camarlengo... y esos son solo algunos brazos de los poderes ejecutivo, judicial, legislativo y administrativo. Si se añaden instituciones más llanas como ese hospital pediátrico que lleva cuatro títulos, la 'pool' de hipotéticos participantes se dispara.
Otro aspecto llamativo es que, al tratarse de la Santa Sede, varios de los equipos del Campeonato salen de instituciones en las que, ya de entrada, hay que cumplir ciertas condiciones. Nadie en la Guardia Suiza ingresa a este cuerpo de protección del vicario de Cristo si no mide al menos 1.74 de altura, está soltero, tiene entre 19 y 30 años, ha estudiado la ESO, está bautizado y ha obtenido un certificado de buena conducta en la instrucción básica de las Fuerzas Armadas Suizas. Por supuesto, también tiene que ser suizo. Podrá casarse más adelante, pero solo tras dos años sin pareja y si su capellán le da permiso.
Esto reduce un poco las opciones de estos militares en la competición, que parece que ha acogido una buena etapa de la Rappresentativa probablemente porque los trabajadores del hospital pediátrico están en buena forma. Son, al fin y al cabo, los dimes y diretes de una categoría que habría que añadir a la lista de ligas que ver en vivo al menos una vez en la vida. Quizás el propio Papa haya ido como espectador a algún partido. Si es así, habrá tenido que poner la otra mejilla cuando ha visto a un archivero de los Museos Vaticanos llevarse por delante a un acristalador de la Basílica de San Pedro que iba a marcar un golazo desde la frontal. Fantasía.