Pocas veces un futbolista hacer un ejercicio de sinceridad como el delantero belga. Sobre todo, ante una historia tan cruda como la suya. Un infierno que necesitaba compartir ahora que el fútbol el trata tan bien y le ha llevado a su segundo Mundial.
Su padre, un emigrante congoleño que llegó a jugar los partidos de clasificación para el Mundial del 94 con Zaire, dilapidó el dinero una vez se acabó el fútbol. Ahí comenzó la pesadilla, narrada en primera persona.
"Lo primero que perdimos fue la televisión por cable. Se acabó el fútbol. Había días en que mi madre tenía que pedir prestado pan. Los panaderos me conocían a mí y a mi hermano (Jordan, también jugador profesional), así que le dejaban cogerlo el lunes y pagarlo el viernes", confesó.
El punto de inflexión
Sin embargo, una escena que presenció cuando tenía seis años le hizo darse cuenta de la gravedad del problema. "Sabía que estábamos luchando. Pero cuando la vi mezclar la leche con agua me di cuenta de que aquello había terminado. Esa era nuestra vida", no dudó en compartir.
A pesar de ser muy pequeño, tiene grabada esa escena como si hubiera ocurrido ayer: "Entré en la cocina y vi a mi madre frente a la nevera con el cartón de leche. Como siempre, el menú solía ser pan con leche. Pero esta vez la mezclaba con algo. Me la dio con una sonrisa, como si todo fuera genial. Pero me di cuenta de lo que pasaba, estaba mezclando la leche con agua. No teníamos suficiente dinero para que nos alcanzara toda la semana. Estábamos en la ruina. No sólo pobres, sino en la ruina".
Se prometió entonces que esa no sería la realidad de los siguiente días, que haría todo lo posible por cambiarlo. Y le hizo una promesa a su madre.
"Lo juro por Dios, fue como si alguien me hubiera despertado. Supe exactamente qué hacer. No podía ver a mi madre así, y le dije: 'Mamá, va a cambiar. Voy a ser futbolista del Anderlecht. Ocurrirá pronto. Ya no tendrás que preocuparte más", explicó.
El fútbol al rescate
Y ese niño se hizo grande súbitamente. Incluso los otros alumnos o los padres de sus compañeros de equipo dudaban de su edad. Tanto, que casi a diario tenía que ir mostrando su documento de identidad.
Demasiado peso a cuestas que convirtió en acicate para crecer futbolísticamente. "Mi meta era ser el mejor futbolista de la historia de Bélgica. No sólo bueno, sino el mejor. Jugaba con tanta ira por tantas cosas. Porque veía las ratas correr por mi casa. Porque no podía ver partidos de Champions League. Por cómo me miraban los otros padres.... Estaba en una misión", catalogó.
Pronto encontró réditos. Con 12 años anotó 76 goles en 34 partidos. Pese a jugar con las viejas botas de su padre.
Goles y más goles acercaban su sueño. También envidias y racismo. "Cuando las cosas iban bien, leía artículos en los periódicos que me llamaban 'Romelu Lukaku, delantero belga'. Cuando no iban bien, 'Romelu Lukaku, delantero belga de origen congoleño", recordó.
Tiene aún 25 años y unas ganas locas de ser una de las estrellas del Mundial. Pocos van a compartir sus motivaciones.
"Yo nací en Bélgica. Soñaba con jugar en el Anderlecht. Soñaba con ser como Vincent Kompany Soy belga. No sé por qué hay gente en mi propio país que quiere verme fracasar. Cuando me fui al Chelsea y no jugaba, oí que la gente se reía de mí. Cuando fui cedido al West Brom, los eschuché reírse otra vez de mí. Pero es genial. Esa gente no estaba conmigo cuando nosotros poníamos agua en nuestros cereales", contó. En una brutal historia de superación.