Lucarelli es uno de esos futbolistas que amas u odias. No hay término medio. Reconocido militante de izquierdas, su actitud nunca gustó a muchos, y él, consciente de ello, trató siempre de actuar acorde a sus ideales.
Lo hizo incluso cuando sus decisiones profesionales chocaban frontalmente, al menos en apariencia, con sus ideales. Pero no adelantemos acontecimientos.
Cristiano Lucarelli comenzó su carrera a principios de los años '90, y debutó como profesional en el Peruggia, en 1993. Sin embargo, no fue hasta su paso por el Atalanta cuando su nombre empezó a sonar.
Jugando en el conjunto de Bérgamo, se proclamó campeón de los Juegos del Mediterráneo con la Selección Italiana Sub 23, pero en un partido con la Sub 21 se hizo mundialmente famoso al tiempo que se le cerraron, aparentemente para siempre, las puertas de la 'Azzurra'.
Disputaba un partido contra Moldavia, y Lucarelli anotó un gol. Celebrándolo, se quitó la camiseta y dejó ver la que llevaba debajo, una con la efigie de Ernesto 'Che' Guevara, revolucionario argentino y uno de los artífices de la Revolución Cubana.
Aunque él siempre se defendió diciendo que era algo personal, en Italia lo entendieron como una provocación política, y la opinión mediática se encargó de crucificarle. En consecuencia, la prometedora carrera internacional de este aún joven delantero quedó truncada sin remedio.
Hastiado del clima hostil que vivía en Italia, aceptó la llamada de Ranieri para irse a jugar al Valencia. Allí disputó apenas 13 partidos, 8 de ellos de Liga, y ninguno en la Copa del Rey que el club 'che' ganó, por lo que su nombre no aparece entre los vencedores, aunque se le cuente entre ellos.
El trofeo del que sí puede presumir como valencianista es la Copa Intertoto de 1998. La razón de su poca participación en el Valencia fue una inoportuna lesión. Y, qué diablos, tampoco estuvo nunca a gusto en la capital del Turia.
A sus espaldas llevaba ya siete equipos cuando fichó por el Lecce, y en 2001 se marchó al Torino. Tres temporadas más tarde su vida cambiaría para siempre.
Nunca ocultó su afinidad con el Livorno, un club, como él, de reconocido carácter izquierdista. Pero siendo un futbolista de élite, ofrecerse a un modesto club del fútbol semiprofesional italiano equivalía a poner punto y final a su carrera.
En la primavera de 2004, el Livorno logró el ascenso a la Serie B. Cristiano Lucarelli fue uno de los cientos de hinchas que invadió el campo tras el pitido final del partido en el que se logró la hazaña.
Lo vio claro, era ahora o nunca, aunque le costase gran parte de su sueldo. Y pasó de jugar en el Torino a hacerlo en un recién ascendido a Segunda como era el Livorno. Su paso por ese equipo forma parte de la historia viva del fútbol italiano.
Con él, el aficionado que se convirtió en ídolo, el Livorno ascendió de forma meteórica a la Serie A, y en su primera temporada en la élite con su club de sus amores, se proclamó 'Capocannonieri' del torneo.
Dijo haber rechazado ofertas millonarias por seguir cumpliendo lo que era un sueño hecho realidad. Poder jugar en el equipo que quieres, casi por placer, es algo al alcance de muy pocos.
Pero todo cambió, de nuevo, apenas tres años después. Su nombre había vuelto a la primera línea del panorama internacional. Había debutado, por fin, con la Selección Italiana absoluta, de la mano de Lippi, en 2005 (entrando mediada la segunda parte y marcando el gol del empate en un partido que los suyos perdían con un hombre menos). Vivía un momento glorioso.
Llegó el verano de 2007, y con él, una oferta irrechazable del Shakhtar Donetsk. Había rechazado ofertas de grandes equipos de Italia, pero no dijo que no a la ucraniana. Una decisión que le costó la animadversión de la hinchada que le encumbró al olimpo de los dioses del fútbol de izquierdas.
Él se justificó diciendo que no había puesto una pistola en la cabeza a la directiva para ser vendido al Shakhtar, y que el traspaso se cerró por debajo de su cláusula de rescisión. A sus 32 años, el Livorno dio por buenos los casi ocho millones de euros que el Shakhtar pagó por él.
Poco duró la aventura ucraniana. Seis meses, los que tardaron los 'carboneros' en vendérselo al Parma dos millones menos. Con el histórico Parma jugó hasta 2009, cuando fue cedido, en medio de una gran polémica, por un año al Livorno.
Un año en el que las cosas no le fueron mejor. El club descendió a la Serie B, él volvió al Parma y terminó sus días de futbolista cedido en el Nápoles. En 2012, hastiado de fútbol y con 36 años, casi 37, decidió colgar las botas.
Hoy en día, el 'enfant terrible' del fútbol italiano, uno de tantos, sigue ligado al deporte rey. Comenzó haciendo sus pinitos como entrenador de juveniles en el Parma y pasó por varios equipos hasta hacerse cargo del Catania, descendido administrativamente y que actualmente milita en la Serie C.
Bajo su mando, el club siciliano es el líder del Grupo III. Su amado Livorno lidera, invicto, el Grupo I. Si siguen así, se verán las caras el año que viene en la Serie B. Si flojean, puede que antes, en los 'play off' de ascenso a la Serie B.