Si algo se puede criticar a Cristiano Ronaldo es su actitud sobre el terreno de juego cuando el viento empieza a soplar de cara. Cuando los partidos se tuercen. Cuando dejan de salirle las cosas. Cuando no es la estrella.
Ante Irán vimos al peor Cristiano Ronaldo en mucho tiempo. Había sido el héroe de los partidos contra España y Marruecos (suyos fueron los cuatro goles de Portugal en esos duelos), pero ante Irán no sólo no vio puerta, a punto estuvo de ser el villano.
Conforme pasaban los minutos, y el empate a cero persistía, la paciencia de Cristiano empezó a agotársele, y la ansiedad le devoró. Cristiano se ofuscó, y Portugal empezó a jugar con uno menos, como se suele decir.
Para colmo, Cristiano falló un penalti que hubiera dado gran tranquilidad a Portugal, a los 53 minutos de partido. Él lo provocó, pero él lo falló. Beiranvand le adivinó las intenciones y se lo detuvo. Cristiano entonces cortocircuitó.
Desquiciado, en el minuto 83, todavía con el 0-1 que daba el pase a Portugal como primera de grupo, vio la amarilla. Una amarilla que bien pudo haber sido roja, pero su conato de agresión no fue juzgado como tal por los árbitros.
¿Cuántas veces hemos visto a ese Cristiano? El Cristiano Ronaldo que, desquiciado por la defensa rival, suelta una patada, un puñetazo al rival. Esa actitud le ha costado más de una expulsión ya, pero en Rusia tuvo suerte.
Cómo hubiera cambiado la película si Mehdi Taremi hubiera anotado esa clarísima ocasión de que dispuso en el minuto 94 de partido... Portugal se hubiera ido a la calle e Irán hubiera sido primera de grupo.
Portugal se hubiera quedado fuera por, entre otras cosas, un penalti errado por su gran estrella. Un Cristiano Ronaldo a través del cual Portugal canalizó prácticamente todo su juego y que hizo por primera vez en mucho tiempo un partido para olvidar.