El Real Madrid esquiva las líneas rojas

Ni en Vitoria ni en la Champions. En un limbo, o entre dos infiernos, ahí estuvo el Real Madrid que salió a jugar contra el Alavés. En varios sitios a la vez y en ninguno. Y ahí había mucho que perder. Al menos, el tren de la Liga, que empezaba a 7 de desventaja. Y aunque Camavinga orientó un triunfo que luego quedó consumado, la expulsión de Kylian Mbappé activó todas las alertas rojas posibles durante la más de media hora que pasó entre la suya y la de Manu Sánchez.
No llegó a pasar nada, pero a la vez ocurrieron mil escenarios posibles de desgracias para el Real Madrid. Que no se cumplieron, pero que dejaron un poso de desgaste que no es buen amigo de cara a la empresa de levantar el 3-0 del Arsenal. En ningún caso el choque de Mendizorroza iba a ser un trámite previo, porque ahí podría haber descarrilado por última vez y haberle entregado la Liga al Barcelona. Si de algo sabe la historia del club blanco es de resistencia y de milagros. La primera parte la cumplió ante el Alavés.
En un choque de 33 faltas, 8 amarillas y 2 rojas, el Real Madrid salió como quien llega a la superficie desesperado tras sentir que se ahogaba. En un partido cuyo análisis tiene un antes y un después de la roja de Mbappé. Un cruce de cables que sucede como un eclipse. Quizá la toda esa tensión que rodea al Real Madrid últimamente, esa que le ha llevado al límite en Liga y Champions, fue la que llevó al delantero de Ancelotti a lanzarse sin miramientos hacia la pierna de Antonio Blanco.
Roja fea, alevosa. Quién sabe si le costará perderse la final de la Copa del Rey. O la pelea por el máximo goleador. Al menos, no emborronó el gol de Camavinga. Cara y cruz de franceses: si Kylian se marchó al vestuario con la cabeza gacha, algo se redimió Eduardo, expulsado en los minutos finales del Emirates. Su primer tanto en Liga, un gran disparo ajustado al palo largo, fue un desfibrilador en la pelea por el título.
Más allá de que parecía que la hoja de ruta con el reparto de minutos estaba ya lista, Vinicius y Bellingham entraron en la segunda mitad como los GEO. En este caso, su operación especial fue igualar fuerzas. Cuando el brasileño corría en largo con Manu Sánchez enfilando ya a Owono, el defensor del Alavés midió fatal. Buscando el balón, encontró la rodilla izquierda de Vinicius. Además, siendo último hombre. Esta tampoco la vio Soto Grado, pero el VAR no dejó que se escapara. El empate de hombres empezó a certificar el triunfo blanco.
Un triunfo que pareció no peligrar. Sin embargo, la deriva que llevaba el Real Madrid y la inercia de la inferioridad hacía pensar en una segunda parte infernal para los blancos. Apagada la alerta roja, el Alavés se desinfló y el Real Madrid respiró. Aunque si en Londres faltaron kilómetros, en Vitoria se hicieron más de la cuenta a la espera de llegar frescos para la vuelta de los cuartos de final.
Los lamentos se convirtieron en suspiros. Ahora los suspiros deben llevar a otra cosa. El Alavés, por su parte, acabó el partido dando en bucles en torno a una idea. Esa que dice que de antemano casi se dan por perdidos estos partidos, salvo que durante ellos pasen cosas que cambien el rumbo. El descuido de Mbappé invocó ese escenario. Lo desaprovechó. Y aunque anda aún fuera de descenso, no está el calendario para desperdiciar días así.