"Bendita locura la del fútbol", deben pensar ahora mismo los aficionados de Atlético Mineiro en Belo Horizonte; al mismo tiempo, a casi 3.000 kilómetros de distancia, miles de aficionados de Boca en Buenos Aires maldicen a este deporte cruel, impredecible y, en ocasiones, injusto.
La eliminatoria de octavos de final de la Copa Libertadores entre los dos mencionados conjuntos será recordada, primeramente, por los factores externos. Básicamente porque fútbol, lo que es fútbol, se vio poco en los más de 180 minutos que duró.
180' en los que ninguno de los dos conjuntos demostró candidato a conquistar el torneo, cuando la realidad es que son dos de los principales rivales a batir. Las acciones ofensivas brillaron por su ausencia, y salvó destellos puntuales como un tiro de Zaracho en el minuto cuatro, bien atajado por Rossi, los jugadores se dedicaron a resguardar sus respectivas áreas.
El encuentro disputado en el Mineirao se pareció sospechosamente al que se vio una semana antes en La Bombonera, algo que no se podía descartar, pero que tampoco parecía probable. La realidad es que, pese a que sí se vio algo más de empuje, la tónica siguió siendo la misma.
Un viaje hacia ningún lado
Una vez metidos en este sinsentido y habiendo dejado claro que el partido fue más bien soso, olvidemos por un momento el factor cronológico y remitámonos a lo que de verdad importó: la polémica.
A falta de ocasiones y juego vertical, hay que aprovechar los pequeños detalles para llevarse el gato al agua. El 'Xeneize' se mimetizó con esta idea, hasta el punto de que volvió a aprovechar uno de los pocos errores defensivo del 'Galo' para 'abrir' la lata.
Éverson erró a la hora de ir a coger un balón que le llegaba llovido a las manos. El rechace posterior lo aprovechó Weigandt para anotar a placer el 0-1 y poner contra las cuerdas al conjunto local. Nadie podía sospechar que la historia de unos días antes se repetiría.
Casi diez minutos más tarde, Esteban Ostojich anuló el gol a instancias del VAR, por un fuera de juego milimétrico de Diego González, que, en opinión del colegiado, intervino en el error del arquero de Mineiro. La decisión no sentó nada bien, más teniendo en cuenta el contexto previo, por lo que la tangana resultó irremediable. Tras expulsar a un miembro del cuerpo técnico de cada equipo, salomónicamente, el choque prosiguió.
Los de Russo aprovecharon el desconcierto del momento y su cabreo por la situación para rebelarse, y Pavón estuvo a punto de anotar un gol que valiese, pero su disparo se marchó algo desviado. Ya no se jugó más; varias sustituciones y tarjetas amarillas después, la eliminatoria se fue a la tanda de penaltis.
El gran evento final
Una tanda de penaltis que comenzó haciendo homenaje a lo visto anteriormente, es decir, sin gol. Hulk, cuyas actuaciones se pueden catalogar de discretas, mandó el cuero a la madera. Los goles de Rojo y Nacho Fernández, amén del posterior error de Villa, volvieron a poner las tablas en el electrónico.
Júnior Alonso anotó la siguiente pena máxima, mientras que Éverson le comió la tostada a Rolón para poner por delante a los suyos. Tras dos fallos más, de Hyoran e Izquierdoz, que se resbalaron, la responsabilidad quedó en las botas del propio Éverson, que necesitaba anotar desde los once metros para convertirse en héroe de toda una ciudad.
Y el guardameta no falló. Su disparo, potente y a la escuadra derecha de Rossi, dio la clasificación a los de Cuca, en una de las eliminatorias más extrañas que se recuerdan.
Obviamente, un evento de tal magnitud, requería de un bis. Y lo tuvo. En este caso, el invitado especial fue la policía, que intervino en el túnel de vestuarios echando gas lacrimógeno a los 'Azul y Oro', dado que estos previamente habían lanzado vallas que se habían encontrado a su alrededor. En definitiva, un esperpento final en la línea de todo lo visto anteriormente.
July 21, 2021