Una hora y media de amor adolescente

Solo tiene 17 años, pero ya enamora. Lo hace como le toca en este momento de la vida. Pasión. Descaro. Frescura. Bendita inocencia. Lamine Yamal regaló al mundo una hora y media de razones para amar al fútbol como solo los adolescentes saben amar las cosas y a las personas. La pasión y la ambición pudieron con un riesgo y unos miedos que estaban, sí, pero que fueron derrotados por tsunamis de fútbol ofensivo que ocultaron la existencia de una vuelta donde se decidirá uno de los finalistas de la Champions.
Cuando abran el Barcelona-Inter en BeSoccer, quizás se queden, si no han tenido la enorme suerte de ver el partido, con que Lamine 'solo' ha marcado un gol. Y no es mentira. Quizás, también se fijen en que, además, dio dos largueros. Pero qué gol y qué dos largueros. Y qué todo lo demás. El '19' bailó, corrió, la pidió y mareó a Dimarco, a Mkhitaryan, a Bastoni y a todos los que se acercaron a la pista. Todo, después de haber dado un buen susto al retirarse con molestias del calentamiento. Si no las llega a tener...
Antes de que la estrella azulgrana se convirtiera en el goleador más joven de unas semifinales de Champions, el Inter la había liado bien en Montjuïc a base de golazos. Marcus Thuram, cuando apenas se habían jugado 30 segundos, marcó el 0-1 de espuela tras un resbalón de Íñigo Martínez. El pase se lo dio un Denzel Dumfries que también merece el aplauso masivo. Fue un incordio por la derecha, se disfrazó y desdisfrazó de lateral, carrilero, extremo y hasta delantero y se fue con dos asistencias y un tanto. Así fue como explotó los espacios de un Barça que nunca renunció a la locura impuesta por Hansi Flick.
Los locales reaccionaron con un disparo fuera de Ferran Torres a pase de Yamal y con otra del ex del Valencia con un tiro demasiado cruzado que no tomó el efecto deseado. Pero en el 21', el propio Dumfries puso el 0-2 de tijera. Thuram le devolvió el favor con un cabezazo al área tras un córner que el '2' cazó con alma de '9' al lanzarse al aire y fusilar a Szczesny. El polaco no tendría su mejor noche, pero poco o nada se le puede reprochar en los dos primeros tantos del conjunto de Simone Inzaghi.
Montjuïc parecía intuir lo que iba a llegar. La grada se levantó tras los dos mazazos a su equipo y empujó. Y agradeció el empuje, porque los suyos nunca hincaron la rodilla pese al enorme peso que se les había caído encima. De hecho, Lamine apareció en el minuto 24 para recortar distancias con un golazo que no por ser tan suyo pudo ser evitado por sus contrincantes.
Era el momento de dar el do de pecho. Lamine fue el tenor que necesitaba una orquesta que, sin hundirse, no distaba mucho de la del Titanic. Aquella siguió tocando mientras se iba a pique. Esta tocó aún más fuerte para reflotar el barco. El joven extremo se fue del primer defensa que le salió, se acercó al área, la pisó y, tras perfilarse y ante cuatro rivales, mandó la pelota al palo más alejado con un sutil toque de interior que Sommer miró con atención, pero quietecito. El balón, a la red tras besar la madera.
El concierto no había hecho más que empezar y casi llegó el segundo temazo de la noche. Yamal se fue de Dimarco, al que llevó del lateral del área hasta la línea de fondo antes de mandarlo al suelo. Y con este cogiendo moscas, pasó cerca de su cabeza y sacó un remate con la zurda casi sin ángulo que tocó Sommer y repelió el larguero.
Todo el juego del Barcelona se volcaba a la derecha. Lamine seguía creándole pesadillas futuras a sus marcadores, en especial a Dimarco y Mkhitaryan, a la vez que su equipo, henchido de confianza y aliviado a partes iguales, cercaba el empate. Y este llegó en el 38', aunque pudo hacerlo en el 36' con un ataque largo tras una recuperación del '19' que acabó en un disparo de Olmo que rechazó Sommer a córner.
El suizo, sin embargo, no pudo hacer nada en el tanto de Ferran. Pedri se inventó un pase medido al segundo palo, donde apareció Raphinha para, de cabeza, dar un pase de la muerte al '7'. Solo tuvo que empujarla Ferran para hacer un 2-2 que llegaría al descanso. Poco antes del mismo, Koundé se lesionó y tuvo que entrar Eric García en su lugar.
Flick metió a Araujo por Gerard Martín e Inzaghi, a Taremi por un tocado Lautaro. Se podría decir que la segunda parte tuvo menos ritmo que la primera, sobre todo al inicio, pero lo realmente acongojante habría sido lo contrario. Los italianos salieron algo mejor de vestuarios, pero pronto el Barça se hizo con la pelota y devolvió a su rival a su campo.
Apenas hubo ocasiones claras, aunque el tarro se destapó de forma desbordante pasada la hora de juego. En el 64', Szczesny dudó en un saque de esquina y permitió el 2-3, obra de Dumfries. El neerlandés saltó con Dani Olmo y, con el hombro, mandó a la red un centro de Çalhanoglu mientras el polaco andaba a media salida, uno de los pecados menos perdonables para los porteros.
Pero lejos de lamentarse, el Barça encontró el 3-3 al minuto. Pedri sacó un córner a la frontal del área. Allí, Lamine se abrió de piernas y permitió que Raphinha tuviese tiempo y terreno para atacar la pelota y sacarse un zapatazo que, tras dar en el larguero, golpeó la cabeza de Sommer para volver a igualar la eliminatoria.
Todos parecieron pararse, sentarse y tomar algo fresquito para recuperar aire y energías. Los minutos pasaron, pero no crean que por conformismo de ambos. El Barça murió atacando y el Inter, resguardado a sabiendas de que habría boquetes que intentaría atacar de la forma más vertiginosa posible. En una de esas, los italianos marcaron, pero Mkhitaryan tenía, literalmente, media bota en fuera de juego. Al límite, pero de nuevo triunfó la especialidad de la casa.
Lo último que se vio, ya en el 87', fue una obra de arte de Lamine Yamal que estuvo a punto de ser histórica. En lo que pudo ser un centro con un final inesperado, firmó una vaselina más que sutil, bonita, fina y preciosa con el interior de su bota izquierda que superó a Sommer, pero que, justo antes de caer en el segundo palo, se topó con la cruceta.
Ahí terminaron 90 minutos de amor tan puro como loco por el gol, por el ir, por el intentarlo. En Milán, seguramente, será otra cosa, que una final de Champions tan a la mano puede paralizar a cualquiera. Pero que le quiten lo enamorao' a los tortolitos de esta noche.